Canción triste para una bala

"Canción triste para una bala" es, en principio, una pequeña y oscura historia compuesta por dos conjuntos de relatos, protagonizados por el mismo personaje principal, acompañado por casi siempre los mismos personajes principales y secundarios, pero en dos líneas de tiempo distintas.

Todo empieza con Jahna, nuestra protagonista, y los acontecimientos sucedidos en el presente histórico de sus relatos.
El secundo conjunto de relatos tiene lugar unos seis años atrás, bajo el nombre de Jansen, que de la misma forma relata lo sucedido desde su amplia perspectiva.

Lo más lógico es leer los relatos en el orden en que los he ido escribiendo, y bajo el que los he situado a continuación, pues así ha sido como he ido desarrollando la historia. Las dos líneas de tiempo se van intercalando, desvelando fragmentos de la historia, datos sobre las características de los personajes y sobre sus vidas, al igual que los secretos y misterios que Jahna en el presente o Jansen en el pasado deben descifrar.

Es posible que sea necesaria la advertencia de contenido, pues los relatos están siempre rodeados por violencia (tal vez demasiado cruel) y posible lenguaje hosco (aunque no demasiado grave). Solamente algunos fragmentos contienen escenas sexuales, pero descritos de una forma muy implícita.


Cada relato contiene en su título el link de la entrada original, por si queréis dejar algún comentario, crítica o corrección.

¡Muchas gracias por leerme!


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Canción triste para una bala
Bullet blues



- Jahna


Era el cuarto día de tormenta, tal vez el quinto. El agua descendía en cascada, aullando al deslizarse por la superficie de las ventanas, melancólicamente, arrastrándose por el mismo camino que otras gotas de agua habían tomado antes, en aquella única dirección; hacia el infierno de agua helada que cubría toda la ciudad. Desperté pesando unos diez kilos más, diez más que el día anterior. Los cristales estaban tan empañados que mi cuerpo quería contradecir al reloj que chirriaba sobre la mesilla. Aseguraba que eran las ocho de la mañana y, sin embargo, todavía parecía de noche en mi habitación. Pero nunca era de noche cuando necesitaba dormir.

Los recuerdos de las últimas semanas se mezclaban en mi cabeza desordenados, envueltos en la irregularidad de una nube borrosa repleta de fina lluvia preparada para caer y perderse en cualquier momento. Mi memoria trataba de recomponerse mientras mis ojos buscaban alguna respuesta a las lagunas del día anterior.

No recordaba haber despertado siquiera, pero un rastro de tierra surcaba el suelo desde la puerta hasta mis deportivas, cubiertas por una fina capa de esa misma tierra que había estado húmeda con anterioridad. Ni siquiera recordaba haber salido, aunque mi cuerpo me dijera lo contrario. Al peso se había unido el dolor al incorporarme, punzante y continuo en cada diminuta fibra de mi sistema. No podía recordarlo, pero la familiar sensación de ver desaparecer mi fuerza al lograr sostenerme sobre mis pies podía darme una pista. No había sucedido nada bueno; nada que quisiera recordar con el estómago vacío.

Todo seguía el mismo patrón que aquella última vez, que aquel último día después.

Arrastrando los pies, sosteniéndome en las paredes y respirando muy lentamente conseguí llegar al baño, marcando un rojo camino a mi paso. Las heridas en mis pies eran una realidad, aunque su causa no pudiera serlo; del mismo modo que lo eran los informes arañazos a lo largo de mis antebrazos, y la sangre escondida bajo mis uñas.

Las paredes estaban frías, sin rastro de humedad; no como debería haber sido, aunque lo ignoraba entonces. La falta de claridad que dominaba mi mente entonces no quería dejarme pensar, ni razonar, ni tan siquiera asociar la realidad con la carente rutina. Mi cabeza no daba vueltas, pero sí lo hacía mi cerebro en su interior, recibiendo con desagrado el eco que el agua chocando contra mi cuerpo traía. Mis párpados descendían por propia voluntad hasta cerrarse, hasta mostrarme el mismo rojo interior que podía ver en el exterior escurriéndose por mi piel, enredándose entre mis dedos y desapareciendo. El estómago se me contraía con cada bocanada de aire que tomaba.

"¡No lo hagas!", gritó una voz en mi cabeza, pero no era mi demencia arrastrándose hacia el exterior tras mis propias palabras, sino un diminuto flashback. "¡No! ¡Para!", suplicaba, mezclada su aguzada voz con un eléctrico destello que cruzaba mi mente casi como si lo hiciese ante mis ojos, astillando mi visión y obligándome a retroceder hasta tropezar con la pared de la bañera. Caer solamente hizo aparecer más sangre y dolor. "¡Hazla parar!", seguía gritando, seguida de la sensación de una ancha sonrisa, torcida; una sonrisa que mostraba los brillantes y afilados dientes a sus ruegos. Pero no podía situarlo en ninguna línea de acontecimientos.

Me había sucedido otras veces. Las lagunas eran parte de mi existencia entonces, provocadas por un descontrol demasiado elevado de mis actos, seguidas por resacas de semanas enteras. Más el precio. Siempre recuperaba la mayoría de los hechos, con el tiempo o con la recopilación de diferentes puntos de vista, pero, en ocasiones, nunca regresaban. Ni siquiera la hipnosis había conseguido traer de vuelta los recuerdos de aquella noche, y lo mismo pasaría con esta. La sensación era la misma. La misma fuerte presión en el pecho, el punzante dolor en la base del cráneo, las mismas consecuencias y las mismas ráfagas de recuerdos sonoros. Y otra vez llovía.

Me incorporé pesadamente tras unos minutos mirando con atención el foco de luz del techo. Solían vaciarse sus rayos de fotones sobre un cuerpo cada mañana. Un cuerpo que allí no estaba. Aunque no lo había advertido hasta entonces.

"Andi". Mis labios se movieron solos, lentamente bailando en el susurro que formó su nombre y que quería hacerlo real y tangible en ese mismo instante. Sin embargo, aunque siempre había querido creer que así sería, ni siquiera la parcial certeza de su muerte podía hacerme recuperar la fuerza que necesitaba. La sangre que cubría el pomo de la puerta del baño ya estaba allí antes de que yo lo hubiese alcanzado al entrar.

Mi cuerpo se arrastró torpemente por el pasillo mientras mi mente trataba de llegar antes. La frustración, movida por el rápido latir de mi corazón, intentaba apoderarse de mí, de lo poco que podía quedarme de cordura. Mi propio cuerpo quería acabar conmigo, deshacerme en un millón de diminutos fragmentos con el fin de no recomponerme jamás. Pero lo peor era que creía que podría lograrlo antes siquiera de llegar a encontrarle.

Había sangre bajo su puerta y había más sobre el pomo. Sin poder evitarlo miré mis manos con algo más que sospecha inundando mi mente. Todavía había manchas rojas bajo mis uñas, y la herida de la palma izquierda había vuelto a sangrar. Mi corazón latió fuerte y lentamente antes de que pudiese abrir la puerta. "¡Hazla parar!", gritó aquella misma voz en mi cabeza justo antes de...

"Mierda", se quebró mi voz, atravesando una garganta tan seca como húmedo mi único aliento. La tétrica penumbra de aquel cuarto de persianas cerradas era tan sólo iluminada por los reflejos anaranjados que las velas esparcían sobre las rojizas manchas de sangre. Una estampa tan habitual que ni siquiera encogía mi estómago a sabiendas de lo que podría haber pasado allí.

No había cuerpo y, en aquel momento, del mismo modo que otras veces, no podía decidir si era bueno o malo. Lo que sí tenía claro era que allí se había vaciado más de uno. La cantidad de sangre que se acumulaba frente a la puerta, todavía húmeda, pertenecía a más de una persona. Pero no podían seguir con vida. Había marcas de arrastre junto a la ventana, signos de pelea por todo el cuarto, y huellas de manos en el marco de la puerta. Tres palmas perfectamente plasmadas que se arrastraban hacia el interior, cada una con un pequeño vacío a la altura del nacimiento del dedo pulgar.

"Mierda...", aspiré, y comenzó la hipertensión que aceleró mi flujo sanguíneo, extendiendo mucho más deprisa la ansiedad hacia cada rincón. Aquella imagen ya era real, tanto como el posible sentimiento de culpa que movió mis pies hasta el otro extremo de la habitación antes de que pudiese decidir hacerlo. La persiana se rompió tras el fuerte tirón con que traté de abrirla, y la ventana crujió cuando la golpeé, pero, al instante siguiente, nada podía preocuparme ya. Había tres cuerpos entre los arbustos que rodeaban el edificio.

Mi cuerpo se movió por propia voluntad, atravesando la ventana hacia el exterior, sin pedir permiso, sin permitir un segundo de duda. La caída no me preocupaba, tan sólo dos pisos me separaban del suelo, pero si el aterrizaje. En mis condiciones la sutileza había quedado aparcada en algún lugar del camino, y mis pies me empujaron hacia la acera al caer. Andi odiaba que lo hiciese, que saltase por las ventanas en lugar de utilizar el camino más seguro. Andi no conocía la eléctrica sensación que te recorría el torrente sanguíneo cuando la adrenalina hacía su trabajo.

Mis pulmones se vaciaron por completo cuando pude ver sus rostros. Ninguno de los tres cadáveres era el suyo. Estaban cubiertos de quemaduras, abrasiones, tajos y profundos agujeros de bala, estaban empapados por la torrencial lluvia, pero sus rostros eran perfectamente reconocibles.

Inconscientemente me llevé la mano a la cadera buscando mi teléfono móvil. Mi desnudez era obvia, tanto como los pálidos ojos sin vida de aquellos tres diablos enjaulados en la tierra. Rebusqué en los bolsillos de aquella escuálida zorra antes de quitarle el abrigo. Su teléfono parecía funcionar a pesar del agua. Marqué y esperé pacientemente a que respondieran.

"Schölermann", la reconocible voz de su alemán portador contestó con la pereza de quien ha sido despertado de un corto sueño.

"Mish, soy Jahna. ¿Te llamé ayer?".

"Técnicamente hoy. A las cuatro". El silencio que siguió le dio la pista que necesitaba para responder a mi pregunta. Siempre había sido suficientemente astuto para su trabajo, pero ligeramente lento. "Citando textualmente, si no recuerdo mal, dijiste: Ilya nos dio por detrás y a Kellen parece que le gusta cada vez más. Cuando le coja, la Interpol le parecerá el jodido Valhalla. Y, después de un disparo, colgaste. ¿Lagunas otra vez?".

"Océanos", ignoré la entrecortada risa, recorriendo el vallado jardín hacia la puerta principal. "Cortés, Savino y Eliza. Sus restos están bajo la ventana de Andi. Que Wenger se ocupe. E inventa algo para los rusos. No hay trato pero no quiero que lo sepan todavía".

"Hecho. ¿Tú que vas a hacer?".

"Encontrar a Andi antes de que Rifkin lo haga".

"Que Dios te ayude, hermana".

"Que no se acerque". Rió, colgué y marqué otro número. Buscando unos pantalones entre el desorden del salón esperé a que contestaran. Mis manos no temblaban ya, no como al principio. Hacía años que la vulnerabilidad se había transformado en indiferencia, que el miedo había dejado su espacio al sadismo y que la moral había desaparecido. Cada día, cada nueva mancha de sangre, cada nueva quemadura de pólvora, cada vida, hacían de mi interior algo más alejado del viejo proyecto de futuro que mis padres habían escrito. El descarriado camino nunca había estado marcado, pero siempre se encontraba frente a mis pies, esperando ser dejado atrás.

"¿Quién habla?". Era la voz que esperaba, anciana e insegura, pero no el tono que deseaba escuchar.

"Tu hija le puso las manos encima", sin embargo, mi voz fue tan ruda como debía esperarse.

"Vaya, vaya. No esperaba una llamada tuya esta mañana".

"Ni yo las lagunas, ni los fiambres, pero no siempre salen las cosas como esperamos".

"¿Dónde está Rifkin?". La seriedad repentina en su voz me decía más de lo que él deseaba expresar. Él perdía la astucia conforme yo ganaba experiencia.

"No sé. ¿Dónde la escondes?".

"Tal vez deberías hablar con Kellen sobre ello".

"Eso me gustaría". Colgué. El viejo resultaba inútil medicado.

Vestida, subí las escaleras hacia el piso superior tan rápido como mis torpes movimientos me permitieron. Todavía sentía el opresor vacío en mi pecho, el dolor de cabeza y la pesadez en cada músculo, pero todo ello había dejado de importar.


En mi cuarto, deshice la cama de un tirón y di la vuelta al colchón. Nunca había sido el lugar más seguro para guardar información privilegiada, pero sí el más cercano. Destapé el agujero rodeado de muelles y elegí la carpeta verde. La caja del viejo colt seguía vacía. Suspiré. Si mis recuerdos no me fallaban, el último caso de lagunas en mi memoria a corto plazo había sido provocado por una nueva droga distribuida por los armenios, diez meses atrás. Si mis recuerdos no me engañaban, sabía perfectamente que dirección debía tomar.





Pronto volvería a teñir mi piel la brillante caricia carmesí de sus vidas.



FIN de "El perdido colt del 45".
Continúa en "Leyes de caza".

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Como un agrietado cristal, débil, frágil y en suspenso; así resultaba una vida humana en sus manos, al alcance de un pequeño roce para ser destruido en miles de diminutos fragmentos. Revolviendo insulsas existencias, transgrediendo leyes de naturaleza estable, transformando realidades en líquidos estados convulsos, arañando finas superficies y profundizando en vitales redes. Así amanecía la creciente rabia en sus ojos oscuros. Así, el demonio de Kyuushuu tiraba de mi devoción y me arrastraba al mismo infierno donde él había nacido. Al otro lado del espejo.

La presión se volvía insoportable cada mañana. Temblaba mi cuerpo incluso tras diez minutos de agua caliente, se retorcían mis entrañas incluso tras ser llenado mi estómago, ardían los fríos pensamientos incluso tras cinco horas de mundanas sentencias. Como una bestia enjaulada, mis recuerdos rugían en algún lugar interior fuera de mi alcance, rasgando los barrotes, tratando de escapar de la infernal presa que los contenía.

Él me había hablado de ello, del doloroso aterrizaje en la realidad. Con la piel sucia, la garganta seca, los ojos vidriosos y el corazón en descenso. Así debía sentirse la bestia al abrir sus puertas a la vacía realidad. Pero fingir era lo realmente difícil.

Como el reloj al que han roto las agujas y sigue moviéndose, en la misma dirección, pero en una dimensión distinta. Su superficial existencia, invisible, mas su mecanismo irrompible.

"¿Lo has pensado ya, Jansen?". El regreso a la ficticia actuación siempre era como una bofetada; ni fría, ni cálida, pero siempre fuerte.

"No", fingí mi mejor sonrisa. Las chicas me miraban expectantes y debía contenerme; aunque los chicos me lanzasen furtivas miradas cargadas de falsa indiferencia debía esforzarme. "No creo que vaya".

"Tienes que estar de broma". Marian siempre insistía, y su chirriante voz siempre me asfixiaba. Era tal su natural egocentrismo que ni siquiera podía darse cuenta de cuándo alguien desaparecía ante sus ojos. Ella gritaba hablando mientras todos escuchaban. "Tal vez sea el acontecimiento del siglo y tú...", sin embargo, incluso sus quinceañeros decibelios podían verse interrumpidos por el agudo timbre de un teléfono móvil. Era el mío, el izquierdo.

"Ahora vuelvo", dije, y me excusé con una delgada sonrisa y un imperceptible suspiro. El mensaje de texto me envió a la azotea del edificio principal del instituto. Ningún alumno tenía permitido el acceso, pero la cerradura no representaba problema alguno para casi nadie.

Parecía que pronto llovería.

"Llegas tarde", murmuró una voz a mi espalda, un segundo después de atravesar la puerta. Me volví a sabiendas de a quien encontraría esperando. Llegaba tarde, sin lugar a dudas, pero ni siquiera mis dos minutos de retraso merecían el desdén pincelado en sus labios, ni el oscuro brillo de sus ojos oceánicos.

"Relativamente", respondí, y avancé lentamente.

"Has dicho que no a todos los tíos", siguió, el reproche patente en su voz.

"No necesito rituales de aceptación en este agujero", sentencié yo, hundiendo mi rostro en la lisa piel de su cuello. Olía a cítricos; sabía a cítricos, al igual que mi desayuno, al igual que la penúltima cena de El Rojo, pero era mucho más suave que ambos. Las adolescentes curvas de su mandíbula bailaban como un reclamo a ojos de cualquiera que posara su interés en él. Sin embargo, los suyos siempre se dirigían en la dirección equivocada. El sonido de la cremallera lo obligó a tensarse.

"Vuélvete", ordenó y mi interior siempre obedecía.

Los fluidos movimientos formaban parte de una obra representada a diario en su mente, reprensentada a diario en la mía. Siempre en silencio y sin pensar, siempre dejándose llevar. Y esa pequeña chispa que traían sus delicados dientes alejaba los vagos recuerdos, los distorsionaba hacia el blanco creciente, llevándose los colores. Y esa pequeña chispa que encendía sus instintos apagaba los sonidos que no rasgaban su garganta, empujándolos hacia ese cómodo silencio, llevándose los lamentos. Y era el éxtasis quien más sufría por mantener esa conexión.

"¿Y si quiero que vayas?", murmuró su voz cansada junto a mi nuca, desesperadamente acercando sus dedos a la solidez de una respuesta sincera. Por suerte no tuve que responder entonces, pues mi bolsillo derecho estaba sonando. Era ese pitido característico. Era esa llamada desde el otro lado del espejo. "No lo cojas", rogó su voz aún jadeante. Entonces no pude obedecer.

"¿Mamá?", pregunté, y la ficción se volvía cada vez más sencilla. "Estoy en clase", añadí.

"En el almacén 17 del puerto oeste, a las once", ordenó su gélida voz. El acento que lo había caracterizado a su llegada desaparecía cada día más deprisa. "Que no te sigan".

"Lo entiendo", suspiré, dando cierta credibilidad a mi actuación; pero enseguida tuve que reprimir un repentino gemido. Era Ellery, invadiendo con violenta profundidad mi interior de nuevo, quien empujaba al frustrante deseo a través de mis cuerdas vocales. "No tardaré", conseguí decir, mi tono de voz tan impersonal como me fue posible. Y corté la llamada antes de llenar mi pequeña caja sin ventanas de agua helada. Destrozaría a ese imbécil, pero la haría más tarde, cuando pudiese caminar.

La anterior había sido una de esas noches. Eliza inventaba mentiras sobre ellas y Kellen se las creía, mientras yo esperaba siempre impaciente escuchar la señal. Era fundamental estar preparado para entrar. La señal era un disparo y la pasada noche habían sonado cinco. Eliza había contado siete y Kellen tres, pero habían sido cinco. Le quedaba una bala al colt cuando lo recogí del suelo al entrar.

La noche anterior el demonio de Kuuyshuu había sido abatido y cientos de teléfonos habían sonado por toda la ciudad. Los frágiles labios de Eliza lo habían jurado y la vacilante determinación de Kellen había sido también arrastrada. Cinco disparos le habían atravesado el pecho en una habitación que ya estaba vacía cuando las puertas se habían abierto. Kazuya, el demonio de Kyuushuu, tampoco estaba. La broma había salido cara a los de Rifkin desde el día anterior, y seguiría aumentando su coste mientras estuviese en mis manos.

"Andi dijo que te lo pediría el último día", continuó Ellery, abandonando la presión de mi piel, sumándose a la presión de mi sien. Andi, la luz, la realidad de nuestra presente oscuridad; oro hecho carne, sangre y huesos. Él pensaba que sí, pero la inclusión de Andi en ese estúpido ritual escolar no cambiaría mi punto de vista. La inocente ignorancia de aquellos que vivían siempre al margen me resultaba en ocasiones repulsiva, y esa repulsión expandía las entrañas de la bestia, que pedía paso.

"Escucha, Adler. Podemos continuar con esto hasta la graduación, pero no voy a ir al maldito baile, ni contigo, ni con Andi, ni tan siquiera sola". Su rostro reflejaba la misma inexpresividad con que había cautivado mi atención el primer día. Parecía peligroso; su mirada sin matices, insonora, intangible, lo hacía peligroso. No saber qué pensaba, no saber qué deseaba, no saber qué planeaba. Más allá de la azotea no existía tal conexión entre su cuerpo y el mío, pero no necesitaba crearla.

"Por delante", demandó, "quiero hacerlo por delante". Su mirada seguía siendo transparente y ello hacía palpitar con cierta intensidad mi cansado corazón. Pero yo me reí.

"No. Hoy no".

Sus pensamientos se tornaron en física violencia tras un instante de eterna incertidumbre. Sus ojos parecían brillar entonces, con su brazo sosteniendo mi cuerpo con fuerza contra la pared, con sus caderas presionando las mías, débiles. Su otro puño se aferraba a mi ropa húmeda y arrugada. Sus tensas facciones fortalecían la cuadratura de su mandíbula, haciendo rechinar sus dientes, haciendo crujir la frágil articulación de ésta. El sonido de mi teléfono móvil, del derecho, hizo hervir su mirada de lobo; sin embargo, no quise frenar su voraz impulso y contesté.

"¿Mamá?". Mis ojos no se separaban de los suyos, en guardia.

"Está pasando algo raro. ¡Los rusos dicen que Kazuya sigue vivo!". Era la voz de Kellen, su temblorosa voz de príncipe vibrando a través de la línea.

"¿En serio?", y la condescendencia se convirtió en palabras a través de mis cuerdas vocales.

"¿Sabes algo?".

"Todo lo que sé".

Hubo un pequeño silencio, tan pequeño como interminable al verme envuelta en aquella tensa situación. Kellen no era muy espabilado y no representaba ningún problema, aunque tampoco una ayuda.

"Los Padres se reunirán esta noche. En el puerto, creo".

"Entonces nos quedaremos en casa".

"¿De veras?".

"Asegúrate de que Eli se queda también. Intentaré no llegar tarde", sentencié, y colgué sin esperar una despedida. La conversación no había sido comprometedora desde mi posición, aunque Kellen había dicho ciertas cosas por las que podrían cortarle la lengua. Quien había decidido que la familia debía continuar con los negocios de la familia se había equivocado, demasiadas veces.

"Tu madre te llama mucho", gruñó la grave voz de Ellery. Había permanecido a la espera, inmóvil y en silencio durante toda la conversación; pero su frustración ya había superado las defensas morales y quería atravesarme el pecho con el puño. Mis garras querían ser también desenvainadas. La noche anterior había perseguido a El Rojo por media ciudad, había dejado mi huella en su espalda, pero se había escurrido entre mis dedos como líquida cobardía. Estaba hambrienta y el sexo ya no podría compensarlo.

"No elegiste bien", siseé, estirando el cuello
en busca de ese chasquido de libertad. Él me miraba con atención, su rostro entonces una máscara que trataba de unir las piezas que se le escapaban. No escondía el miedo, pero pronto lo dejaría salir.



FIN de "Garras afiladas tiene hambre".
Continúa en "A través de los barrotes".

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Leyes de caza
- Jahna
 



Era como recorrer un camino que ya ha sido mil veces marcado; serpenteando entre maleza que creía olvidada, sufriendo los mismos arañazos en las capas más superficiales de mi piel, demostrando que la memoria no es tan férrea ni tan débil; era como deshacer el camino con los ojos cerrados, deseando aún así redactar cada fracción de segundo. Así era mirar de nuevo a los ardientes ojos de la Muerte; así era desde el otro lado, desde el lado del cazador.

La espesa sangre lucía irreal sobre mis manos, brillante y traicionera, deslizándose entre mis dedos, cubriendo anteriores capas de oscuro carmesí. Pero ni siquiera aquel cosquilleo podía alejar mis ojos de su perdida mirada, ahogada con la misma sangre que inundaba sus vías respiratorias. Agonizaba tan deprisa como la cuchilla había atravesado su pecho. Casi había olvidado aquella sensación, el tacto de la fuerte empuñadura de aquella vieja espada al sufrir la resistencia de una vida pidiendo clemencia.

Su cuerpo perdió la fuerza con una sacudida, cayendo al suelo.

"Da recuerdos a Eliza", mascullé, dando sombra a su fría figura, disfrutando del movimiento de cada palabra sobre mi lengua, aprovechando cada sonido. Sus torpes balbuceos solamente conseguían arrancar de mi rostro una chispa de ese sadismo que había descubierto en mi infancia.

Casi podía ver mi rostro reflejado en sus ojos, con la misma sonrisa de afilados dientes que muchos me habían mostrado. Entonces ya no dolía la sed de violencia en mi vientre, no me costaba respirar, ni me temblaban las manos; mi corazón ya no se distraía latiendo más deprisa al ver desaparecer una vida, pero seguía siendo increíble.

Un repentino cosquilleo en mi columna vertebral me obligó a erguirme. A mí espalda respiraba una sombra que buscaba aprovechar la incerteza de la muerte para actuar en su nombre. Reconocía los ligeros pasos, del mismo modo que podría reconocer los míos, pues me acechaba un cazador curtido en las mismas guerras que yo había librado. Sus pasos se distribuían a mí alrededor, sin presentar una posición fija, sin regalar un punto de entrada; como dictaba el manual.

Mi sonrisa se ensanchó. Seguía sin recordar nada de lo sucedido el día anterior, mi cuerpo seguía consumido por memorias que me habían sido negadas, pero hacía tiempo que no se colaba en mi camino una oportunidad como esa.

Había dos cadáveres sobre el sofá que se erigía en el centro del salón, con sendos tajos a la altura de la garganta; el cuerpo de uno de esos matones yacía desmadejado contra la chimenea, su rostro entonces un puzzle; y un charco de sangre crecía bajo mis pies, abandonando el cuerpo de mi última víctima. La penúltima.

"Rifkin te manda, ¿no es cierto?", reí. Sabía qué se sentía cuando perdías a una docena de soldados en menos de un día, pero conocía mejor la sensación de ser artífice de tal masacre. En nuestro mundo de sombras, una pequeña luz era tan sólo un motivo para crear más sombras, plagando la ciudad de vidas en constante descenso; pero había algo gratificante en empujarlas al vacío y esperar verlas chocar, algo que siempre revolvía la luz y traía más sombras.

El primer paso siempre era el más difícil, clavándose los pies en el suelo, tomando el impulso necesario para dar el primer golpe con certeza. Se armaba de decisión ese primer paso, de una ciega decisión que lo volvía débil a mis ojos. Nunca me había importado recibir el primero, pues la adrenalina me mantenía bajo control el tiempo necesario para leer sus movimientos. No importaba cuan entrenado estuviese, su iniciativa me diría más cosas de las que deseaba mostrar al monstruo que acabaría con su vida.

El demonio me había enseñado todo lo que él había aprendido de su maestro, pero mi destreza nunca se había conformado con ello. La sed de sangre, el ansiado tornado de violencia en que siempre deseaba verme envuelta, se hacía más fuerte que cualquier sentimiento de honor o respeto. Hacía demasiado tiempo que mis lealtades habían cambiado de dueño, tanto que no recordaba la sensación que empujaba a mi oponente a lanzarse hacia mí.

Muerte, así se llamaba quién movía mis pasos.

Me alcanzó su cuchillo a la altura de mi último tatuaje, partiendo por la mitad las alas del león que guardaba el corazón de plomo con su nombre grabado. El coraje era algo que podía dibujarse, pero no hacer desaparecer con facilidad. La sangre se deslizó por mi cadera y perfiló mis pantalones en un distorsionado camino. Mis labios sonrieron ampliamente cuando mi roja vida se unió al charco a mis pies. Entonces era uno con la muerte que sembraba.

"Esa zorra para la que trabajas", reí, "no te paga lo suficiente".

Su voz gruñó tras la máscara de hockey. Si algo podía reconocerse a cada uno de los matones de Rifkin era su cuidadoso anonimato. Jamás llevaban identificación, y si no te ocupabas de ellos, no podías verles la cara. No hablaban demasiado, pues no tenían a su alcance ni un diminuto porcentaje de información; de modo que tampoco servía de nada interrogarles o torturarles. Eran leales a una causa que desconocían, como cerebros vacíos que habían sido inundados de falsas verdades; manipulados y limitados.

Con su siguiente movimiento pisó la mina terrestre que era mi natural instinto de supervivencia. Esquivando su primer amago lo hice caer a mis pies, donde su rostro se vio presionado contra el suelo a través de la inusitada fuerza de mis deportivas. Sangre de sus compañeros cubría su máscara entonces, sangre sucia e infecta, como la misma sangre que corría por mis venas. Mi talón cayó con todo mi peso sobre sus costillas antes de volver a deformar su rostro enmascarado.

"Tú sabes algo", murmuré, y mi voz fue casi una melodía doblegada por el sádico impulso que quería hacerme destrozar su rostro con un solo movimiento. Sus ojos me miraban, el temor entonces pidiendo paso a una fuerza que él creía poseer. Yo quería jugar con esa debilidad, con ese miedo. "Canta para mí, rata".

El filo de mi espada se hundió en su antebrazo derecho, desarmándole, casi asesinándole con tan simple acción; y el ahogado llanto de sus cuerdas vocales fue música en mis oídos, haciendo temblar ese pequeño espacio salpicado de demencia y sangre. Se revolvía, pero mi rodilla, entonces clavada en su espalda, le impedía levantarse. Intentó deshacerse de la presa que constituía la espada, pero solamente consiguió volver a gemir. El dolor cambiaba de forma tras cada punto de vista.

"Eres una zorra, ¡¡Jaaaah...!!", gritó, antes de terminar su frase, cuando hice girar el filo en el interior de su brazo, abriendo un camino que jamás sería cerrado. No pronunciaría mi nombre con esos labios de perro.

"Ah, ah", negué con malicia. "No tienes el nivel necesario para...".

Entonces fueron mis palabras quienes se vieron cortadas a mitad de camino. Al retorcerse, su ropa se había descolocado, dejando entrever la pálida piel de sus hombros. Tenía esa marca en el omóplato derecho. La pequeña paloma que todos los de Rifkin llevaban; todos los de Thobias Rifkin.

Me puse en pie sin liberar ni su brazo, ni su espalda, reteniendo la rabia en su pequeña caja de cristal. Entonces tenía más ganas de ver su cuerpo atravesar el suelo hasta desintegrarse ante mis ojos. Pero tenía que hacer esa llamada.

En cuanto escuché como descolgaba al otro lado de la línea, no me detuve.

"¿A qué estás jugando, viejo inútil?", rugí. Podría ver mis dientes incluso a través de las ondas.

"A ese viejo juego inútil al que solías llamar Leyes de caza. ¿Lo recuerdas, pequeña Jansen?". Su voz no se parecía a la que había escuchado esa mañana. Seguía siendo astuto, pero no volvería a ir un paso por delante.

"Nadie me llama así".

"¿Nadie?", rió. Hacía tiempo que no escuchaba la macabra risa del diablo que guardaba escondido en algún lugar de su anciano cuerpo. Se había divertido durante años fingiendo ser el buen hombre que nuestro oscuro mundo necesitaba, relegándonos al demonio y a mí a un diminuto rincón, jamás admitiendo que siempre había sido igual que nosotros. Las cosas cambiarían.

"¿Leyes de caza, entonces? Va a ser divertido. Las mismas normas, pues. Las mías. No hay tiempo, no hay límites y no hay Ley... Sin prisioneros".

"¿Quién será tu premio esta vez, pequeña?"

"Tu jodido culo arrugado, viejo".

"De acuerdo", cantó su voz.

"Bien", convine, y dejé mi teléfono sobre la mesa de café más cercana. Sabía que él no cortaría la comunicación hasta que yo lo hiciera. Él sabía como funcionaba el juego, sabía a qué se enfrentaba. Desde que había decidido inclinar su balanza hacia el lado de su hija, había elegido también ese camino: la sangre, la destrucción y la agonía.

"Suerte al otro lado", deseé al cazador, arrancando la máscara de su rostro y descubriendo con asombro su identidad. "Huh. Gregor. Vaya. Una pena. Tu hermanita no se lo merece".

"Jans...", entonces fue mi risa quien cortó su segundo intento de nombrarme.

Arranqué la espada del suelo, arrastrándola intencionadamente por su piel, dejando mis huellas claras en su muerte. La volví a clavar en el suelo, junto a su rostro, viendo aparecer de nuevo ese miedo natural a la muerte que siempre hacía latir más deprisa mi corazón. Alcé el cuerpo débil de Gregor en el aire, con una sonrisa. Él sería mi primer regalo a las Leyes de caza.

"Los perros nunca aprenden..." dije, empujándole contra la pared más cercana, la de los percheros, "que no se juega donde se come".

Fue entonces mi sonrisa apagada por su fiero grito de dolor, desgarrador y pasional, desde sus deshechas entrañas. El frío plástico de los tres colgadores asomaba de un brillante color rojo a través de su pecho, plagando mediante una lenta cascada su cuerpo de cálida sangre, de su cálida vida, mientras su expresión se negaba a la muerte. Los escalofríos recorrieron mi espina dorsal, exhalando un gemido de sádico placer. Reí antes de alcanzar el teléfono de nuevo.

"¿Escuchas las campanas, viejo? Nos vemos al otro lado", y el pitido metálico marcó el final, y el principio.

Me mordía el labio inferior, y no lo hacía desde los quince años. Las lagunas no representaban un problema en sí mismo, pero cada nuevo dato que obtenía me daba una nueva dirección. Había sucedido algo con Rifkin, con los dos, y no podía descifrarlo. La verdad se escondía detrás de sus palabras, de sus decisiones, de esa nueva guerra que Thobias Rifkin había elegido hacerme librar. Mis manos ansiaban su sangre, y no podía entender la razón.

Si Andi no hubiese estado involucrado, mis pies no se habrían movido tan deprisa de nuevo hacia la calle. Todavía llovía. Llevaba cinco, tal vez seis, días lloviendo, y no parecía que fuera a cambiar. Saqué la beretta de mi espalda y le quité el seguro antes de cruzar la puerta, dirigiendo mi brazo hacia el único punto ciego. El segundo hombre de Rifkin se escondía entonces tras el cañón de mi arma, sin máscara cubriéndole el rostro, mostrándome un desconcierto que ya no me hacía sentir nada.

"Knall", dije, y una sonrisa se deslizó entre mis labios, diminuta y torcida. Robert no pudo moverse, pues la única orden que llegó a enviar su cerebro fue la de tragar saliva. Así demostraba el mismo miedo que todos tenían el instante anterior a morir. Pero una vez ya no era suficiente; hacerles desaparecer uno a uno ya no era divertido. Robert tendría otra oportunidad, y mis susurros le dieron la señal. "Ahora es cuando corres".

Lo hizo. Dándome la espalda dejó que mi fama le siguiera, guiando sus pasos a la perfecta trampa en la que quería hacerle caer. Podría correr cuanto quisiera, hacia el puerto, hacia el restaurante o hacia el cuartel, pero no llegaría jamás.

Puse en marcha la moto que había dejado aparcada fuera y tomé su misma dirección, de nuevo sonriendo, de nuevo dejándome llenar por una suciedad que el agua de la fuerte lluvia no podría purificar.

El juego había sido inaugurado, pero solamente era el comienzo.



FIN de "Leyes de caza".
Continúa en "Memorias del silencio".

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Siempre ganaba la sed de sangre; ese impensable calor en el vientre, contrayendo las tripas y retorciéndolas en busca del dolor que hiciera saltar la última chispa; como el instante anterior a prender la cerilla, cuando la mecha se arrastra y grita en su sabia armonía, creando el fuego que ansía ser liberado. Las náuseas eran cosa de niños.

El demonio de Kyuushuu lo había advertido, y había intentado dominarlo, pero la rabia quemada por ese fuego interior siempre era más fuerte. El demonio había advertido su misma esencia en mis ojos y ya sólo podía dejarla crecer.

Expandía mis pulmones, llenándolos del frío aire invernal que quería calentarse en favor de la inminente tormenta. Mi corazón había decidido no dejar de latir ni un sólo segundo, devorando mis rincones la ardiente sangre que buscaba el cobijo de mi creciente oscuridad. Quería abrir la puerta a la bestia.

Pero algo temblaba entre mis manos y quería hacerme perder el control. Ellery, el desahogo de mis humanas pasiones, se resguardaba de mi violento instinto tras una fachada de falsa seguridad. Su miedo quería salir, aunque su orgullo o su débil inocencia quisieran impedirlo. Su garganta se movió ante mis ojos a la lenta velocidad de una presa que espera ser cazada. Ya era difícil para él tragar su propia saliva.

"¿Qué... ? ¿Qué quieres decir con que elegí mal?", temblaba con su cuerpo su voz, un susurro apenas audible.

Mis labios rieron, perfilando la sonrisa que quería arrancar la fuerza de su cuerpo.

"Ellery", bailó su nombre sobre mi lengua, como en una canción, saboreando cada sonido. Entonces eran mis ojos quienes sonreían; podía verlos reflejados en los suyos, como brillantes monedas de plata esperando estallar. "Nunca fui tu...".

Mi teléfono interrumpió, relajando con su estridente melodía una tensión que crecía en mis facciones. Era el izquierdo.

"Tu madre", balbuceó, "supongo".

Lo era, y por ello lo dejé sonar. Nada que pudiese decirme podría importarme entonces, pues mis manos querían rodear su cuello y presionarlo lo suficiente para ver salir ese miedo a través de sus ojos, traerlo tan cerca de este oscuro mundo que tuviese que cruzar la línea y no pudiese regresar a su seguridad jamás. El vibrante sonido interminable de mi móvil ayudó a hacer saltar esa última chispa.

Su espalda golpeó la pared, retumbó y lentamente volvió a su anterior posición. Estaba tenso, todo su cuerpo.

"Nunca fui tu juguete".

El hormigueo de su creciente pánico recorrió mis extremidades buscando una vía de escape. Su espalda volvió a golpear la pared a través de mis movimientos; más fuerte. Ya era palpable el miedo en su cuerpo, perfilando la seriedad de su rostro plagado de dudas. Buscaba una salida. Yo se la daría.

"Ja... Jansen... ¿Qué... te pasa?".

El éxtasis quería hacer explotar mi corazón. Sus temores me rozaban, me hablaban tan de cerca que podía sentirlos invadir lo que me quedaba de cordura. Era fuerte; siempre lo era la determinación de la bestia a la hora de salir, cuando chirriaban los engranajes, deslizándose sobre las ruedas esa única puerta de débiles barrotes que la contenía en mi interior.

Escuché rechinar mis dientes.

"¿Jansen...?".

Su voz suplicaba, pero ya no importaba. Mi puño se deshizo entre su piel, hundiéndose en sus tripas, arrastrando sangre que antes era su vida a través de su garganta, hacia el exterior. Sus ojos se llenaron de frías lágrimas cuando mi fuerza retrocedió. Sus rodillas se doblaron, sus brazos flaquearon y su rostro chocó contra el suelo. Entonces sí comenzó a alcanzar el oxígeno mis pulmones, al tiempo que los suyos lo perdían. Él tosía, jadeaba, y mi corazón se aceleraba. La bestia estaba demasiado hambrienta.

El chico apenas podía respirar cuando las primeras gotas de lluvia salpicaron su rostro, resbalando por su tersa superficie, perfilando la pálida tez al son de sus diminutas lágrimas, dejando atrás el amargo sabor del miedo en sus ojos. Esa fría humedad hizo sonreír a mis labios entreabiertos, viéndose deleitados por su refrescante dureza.

Mis rodillas tocaron el suelo al lado de su cuerpo. La ansiedad casi hacía temblar mis manos cuando mis dedos arañaron su cuero cabelludo, utilizando su corta melena para elevar su mirada hasta la mía. Estaba demasiado confuso para elegir una pregunta.

"Recordarás, Adler, que la primera vez te dije que habría una última. Lo que no te dije fue que esa última sería realmente...".

Mi teléfono volvió a sonar, pero era el derecho entonces, y tenía que contestar. Mi mandíbula se tensó y la débil articulación crujió.

"¿Mamá?".

"Suelta al crío", su voz sin acento me sorprendió por el extraño tono imperativo. Estaba vigilándome, desde tan cerca que casi podía sentir su aliento en mi nuca, controlando cada pequeña fibra de ese instinto que no había sabido domar. No soltaría el sedal hasta el día de mi muerte y tal certeza hacía hervir mi sangre.

"No es relevante", acoté, deseando encontrar esa salida de emergencia que había sido obligada a crear en mi mente.

"No es una presa. Tu bestia tendrá su cena esta noche".

Mi mandíbula dijo basta.

"Entendido".

Colgó y mis manos volvían a temblar, pero no hacía frío en mi piel. La frustración, la ansiedad, el infravalorado síndrome de abstinencia... Todo se revolvía en mis entrañas, luchando por hallar el camino de vuelta al encierro.

Bajando los párpados logré hacer desaparecer su mirada y aislé el calor de su cuerpo. Mi mano se abrió, liberando sus cabellos y abandonando su rostro a la fría piedra, donde una cuna de agua lo esperaba, donde una manta de fina lluvia lo acariciaba.

Podía sentir la sangre cubriendo mis manos aunque no estuviera allí, tomando el lugar de las transparentes gotas del cielo, siendo la furia que hacía temblar mi cuerpo.

"Nunca hemos hablado", dije, mi seriedad disconforme.

"¿Qué...?".

Desde el suelo, los brazos de Ellery flaqueaban en su intento por ponerse en pie. Pero no lo conseguiría, no hasta que mi naturaleza desapareciese del espacio que necesitaba para respirar.

"Ve a casa, recupérate y olvida que alguna vez me has visto. Y que te hagan un TAC. Podrías morir sin saberlo".

Sus ojos querían creer que los remordimientos hablaban a través de mi voz, mas solamente podía encontrarse en el fondo de mis palabras el compromiso que debía guardar con la estable sociedad de la superficie. Había sido utilizado y aplastado y su ego había sido dañado al mismo tiempo que sus entrañas, pero no haría de él un problema para mis órdenes.

"Jan... Jansen, espera", farfulló, y volvió a toser. La bestia quería seguir su voz, arrastrarse hasta él y lentamente devorar su cuerpo, pero otros ojos se habían clavado también en mi espalda. "¿Qué se supone...?".

"No necesitas esas preguntas", acoté, y mi voz casi gruñía. El lejano olor de su sangre, llegando hasta mis pies en hilos de agua dulce, hacía más difícil la interna lucha entre la lealtad y el hambre.

"¿De qué estás hablando? ¡Respóndeme! ¿Qué significa lo que acaba de pasar?". Gritaba, y su voz se agrietaba en imperativas formas prohibidas a su frágil consciencia. De nuevo tosía, y conseguía así perder otro minuto de vida.

Di un paso más hacia la puerta y mi bolsillo derecho comenzó a vibrar. No di otro.

"Adler", me volví hacia él, acortando lentamente la distancia que nos separaba entonces. Escribiría el final que mi verdugo quería narrarme, y lo haría de rodillas, como querría hacer el vulgar ser corriente que el mundo veía en mi superficie. "Esas preguntas que quieres hacer no tienen respuestas para ti. Aunque no puedas ver en la oscuridad, éso no quiere decir que se abra el vacío a tus pies. Siempre hay algo en los lugares donde tus ojos no pueden ver. Es algo que no entenderás hasta que no debas esconderte entre las sombras y mirar a través de ellas. Es algo que nunca vas a querer entender. Por éso debes olvidar que han existido momentos entre tú y esa oscuridad que ves ahora frente a ti. Por éso deja de hablar, retén tu aliento, conserva tu vida y guárdala sólo para ti".

Su mirada se hallaba colgada de mis ojos, perdida en algún lugar entre el infierno helado que hacía tiritar su cuerpo y la negra realidad que había vuelto visible ante él. En su lucha por retener su cuerpo erguido, temblaba su voz tratando de formular una palabra jamás audible para mis oídos, una palabra que se arrastró junto a su mano derecha, creando una conexión física que arrugó mi ropa mojada entre su débil puño. Fueron mis labios guiados hasta los suyos, abriendo un camino mil veces tomado.

El desesperado sabor de su sangre sacudió mi cuerpo, inventando en su insaciable locura un recorrido nunca antes proyectado. Jamás haría la gélida lluvia tan dulces los escalofríos. Mi bestia quería más. Mi verdugo nunca lo permitiría.

"Ellery", murmuré, rozando mi aliento sus labios, "vuelve a mí cuando desaparezca el vacío de tu oscuridad. Cuando sea más fuerte tu mente que tu cuerpo, búscame y rescata eso que crees haber perdido en mí".

No habló, ni yo lo hice antes de abandonar la azotea, dejando atrás aquello que realmente había arrancado de su indefensa alma. No importaba si yo lo perdía, pues jamás volverían a cruzarse nuestros caminos.

"Esperaré tu odio, estúpido", murmuré tras cerrar la puerta, olvidando la lluvia, haciendo desaparecer la tormenta, dejándola amainar. En mi creciente oscuridad la bestia se revolvía, incómoda, en guardia, deseando arrancar los barrotes y ser liberada, ansiosa por cazar y ser cazada. Como el temblor de mis manos pedía, aún con el sabor de su sangre en mi boca, solamente aguardando la señal.

Pronto estallaría una lluvia del color rojo de la sangre.


FIN de "A través de los barrotes".


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Arañaba la superficie, mas nunca eran fuertes las garras para rasgar en profundidad, para deshacer las barreras, para destruir las almenas y hacer caer las guardas. Recuerdos de esa vieja guerra surcaban el interior de su celda, de su pequeña caja de frágiles barrotes ya nunca cerrada. La bestia había vencido años atrás, había clamado suyo un lugar muy cercano al mío y se había hecho más fuerte a mi paso. Se había establecido un equilibrio. Sin embargo, Leyes de caza constituía un llamamiento a la quiebra de dicho pacto, a la pérdida del control. Junto a la vida, eliminaba el principio y también el final de todas las cosas tocadas por su sadismo, las hacía estallar y desaparecer.

Thobias Rifkin sentiría temblar todos los huesos bajo su mano antes de verlos crujir.

Pero los mercenarios de ese viejo eran fieles a su silencio; su carencia de información los hacía más fuertes, más rápidos y también más prescindibles. Eran bajas, ríos de sangre recorriendo mis manos, brillante vida abandonando sus cuerpos y regenerando la mía, pero simples bajas a ojos del perro judío que los dirigía. Fichas en el inmenso tablero que era nuestra ciudad infecta.

Y, mientras, seguía a la misma distancia de Andi, a la misma de mi memoria perdida, a la misma de las respuestas y de las verdaderas preguntas.

No había dado ni un paso hacia adelante entre esa guerra. Callejones sin salida, puertas cerradas, muros más altos que los edificios que protegían; mentiras, medias verdades y laberintos de falsas coartadas cruzadas en el infinito caos en el que todas convergían.

"Déjame aclararme un segundo", balbuceó Schölermann haciendo leves aspavientos ante mi rostro. Él sabía cuánto me molestaba, pero la cafeína en su sangre le impedía recordarlo. "¿Rifkin ha tomado partido?".

"Lo he dicho".

"El de Sonya".

"Éso he dicho".

"Explícame entonces por qué te parece tan raro. No deja de ser su hija, es normal que...".

"Mish", le interrumpí. La lata que sostenía entre sus dedos estaba ya vacía, su atención había aumentado durante los últimos minutos, pero no podía remediar su naturaleza mestiza. "Rifkin ejecutó a su madre en la plaza negra, el día de Luto. Ni siquiera cuatro años son suficientes para el doctor T cuando se trata de olvidar y perdonar. Cuando abandonó el cuerpo dejó claro su mensaje: no hay línea de sangre. En este mundo, además de constituir una declaración de guerra, éso es un cese de relaciones. Pero parece que el viejo se está volviendo blando con el tiempo".

"¿Leyes de caza te parece blando?". Podía leerse la sorna en su expresión, en la escurridiza risa que acompañaba a sus palabras, al amargo deslizar de sus labios en su diminuta sonrisa, y ello me daba escalofríos. Conocía a mi gente, cuidadosamente escogida, domada y enjaulada en su parcial libertad colectiva; conocía sus gestos, sus costumbres, sus manías e incluso sus inconscientes reacciones; pero cada ínfimo cambio podía estremecerme.

Sin embargo sus miedos no se alejaban de la realidad. Tan sólo esa tarde habían caído más de una veintena de soldados, había practicado más de una veintena de muertes con sus cuerpos, había jugado con ellos, los había perseguido y atormentado, para dejarlos cuiadosamente enmarcados con su misma sangre. El cuadro que quería regalar a Thobias Rifkin deseaba su propia sangre, la de su hija y la suya misma, pero conocía el camino y todas sus barreras. Los muros tras los que deliberadamente se sitiaba el doctor T eran más altos que las torres que el demonio de Kyuushuu me había obligado a erigir a mí alrededor; podía atravesarlos, pero necesitaría más trucos que armas.

Schölermann lo sabía, conocía ya bien los miedos y los riesgos, pero su inseguridad necesitaba recordarlo.

"Sólo han caído peones", afirmé y recordar sus muertes consiguió alargar mis labios hacia una imperceptible curva. "No se lo está tomando en serio y...".

"¿Y qué?", sus ojos se abrían, sus cejas se arqueaban y su sonrisa se ensanchaba en su limitada curiosidad. No podía ver su rostro, pero el inquieto tono de su voz describía a la perfección el infantil deseo dibujado en sus facciones.

Misha llevaba siendo mi red tres años, rescatado de las fauces de su bestia particular, de su verdugo. Las informes cicatrices que cubrían la mitad de su rostro y que parecían arrastrar la visión de su ojo derecho hacia una caída infinita, le recordaban cada mañana el motivo que lo anclaba a esa silla. Se obligaba a ser útil por una causa que mis manos habían hecho creer suya, pero que cada día se alejaba más de su venganza personal. Algún día obtendría su ansiada redención; cuando su vida se escapara de entre mis dedos.

Mi teléfono móvil sonó y supe que una mueca de impaciencia se había hecho con su rostro. El número que aparecía en la pantalla no estaba registrado y no esperaba ninguna llamada.

Tan sólo descolgué.

"Deja de jugar al gato y al ratón con Rifkin, Jahna", amenazó la distorsionada voz de mi interlocutor.

"¿Acaso quieres unirte?", asentía con la cabeza a Schölermann, que tecleaba en su ordenador más cercano, tratando de rastrear la llamada. Pero no haría falta.

"Esto no es un juego, Jahna", gruñó. A mí mente llegaron sus afilados dientes, mostrando una ferocidad propia de un animal, para nada acorde con su vieja personalidad.

"Sigues repitiendo mi nombre como un idiota", reí. Podía sentir su miedo incluso a través de la línea, pero conocía su insolencia y no pediría ayuda. No sólo había crecido, sino también madurado durante estos años, al tiempo que se alejaba del vientre que lo había visto nacer, al mismo paso que el mío, pero en otra dirección.

"No me jodas, Jahna", su voz seguía temblando. La ira dominaba su cuerpo entonces, y ello lo hacía frágil bajo la mano de nuestros mutuos enemigos.

"Andi sigue vivo. Date prisa y encuéntrale antes de que yo lo haga. Porque si apareces cuando tenga mis manos sobre él, no volverás a verle. Si tu camino se cruza con el mío antes, no busques esa estúpida salida de emergencia, porque nunca van a ser tus pies tan rápidos como los míos. Pero seguiré esperándote hasta que vuelvas al lugar al que perteneces. Detrás de mi cañón, Kellen, no frente a él".

La comunicación se cortó tras unos segundos de tenso silencio. Mish se volvió hacia mí negando con la cabeza, mientras la confusión se hacía un pequeño lugar en mi mirada. No tenía su posición en el mapa, pero sí en la trama.

"¿Kellen? ¿Estaba...? ¿En... en serio?", balbuceó, y trató de interrogarme su punzante curiosidad, pero mi paciencia estaba llegando al primero de sus límites.

Me puse en pie para caminar con cautela hacia la nevera. La maraña de cables que surcaban el suelo hacía difícil cualquier movimiento. Agradecí la botella de whisky que siempre guardaba y que él nunca tocaba.

"Como decía, el viejo intenta distraerme. Rifkin tiene a Andi en algún sitio, tiene sus ojos sobre él; el viejo lo quiere y si...".

"¿Y si qué? Deja ya de hacer eso, Jahna". Consciente de que no lograría desenterrar la información que llevaba meses buscando sonsacarme sobre mi viejo compañero, volvió a concentrarse en nuestra anterior conversación. Caía con facilidad en la red del misterio que agotaba las fuerzas de nuestra oscuridad, pero siempre conseguía salir ileso.

"Creo que no tardará en aparecer la quinta torre".

"¿El...?", sus labios temblaron transformando su sonrisa lentamente en una delgada mueca de cautela.

"Sí, él. Hay algo en el cuarto de Andi que huele a su mundo".

"Al tuyo".

"Al mío".

Bebí de un trago el fondo del vaso que acababa de servirme.

Su sonrisa desapareció por completo mientras observaba con detenimiento como era rellenado el mismo vaso. Los mestizos siempre trataban de domar sus recuerdos, pero siempre regresaban; querían hacerlos desaparecer, pero jamás olvidaban; y ello los hacía tan fuertes como a nuestra oscuridad la sangre.

"¿Dónde estamos entonces?".

"En un punto casi ciego. Eliza está muerta, y sabía dónde encontrar a Rifkin. En mis recuerdos borrados tiene que esconderse esa respuesta. Kellen no estaba en el puente esta mañana, estaba asustado, pero irá a por Andi esté dónde esté. Leyes de caza es divertido, Mish, pero no voy a entretener al viejo hasta que Él aparezca y lo contamine todo. Es difícil de limpiar después. Los japoneses y los chilenos están fuera, los armenios tienen algo que el doctor quiere y que su hija no tiene, y los putos rusos todavía no encajan con Andi. Sé que Ilya me jodió, y sé que Kellen me jodió y que el viejo T me jodió también, pero ninguno de ellos se metió en mi casa y se lo llevó. Así que alguien está jugando al ajedrez de las sombras con nosotros, desde muy alto, y puede verlo todo. Y conozco pocas personas en esta ciudad que puedan llegar tan arriba sin mancharse las manos y dejar sus huellas".

"¿Piensas en...?".

"No pienso, Mijaíl, porque en la oscuridad solamente tengo mis ojos y cerrados no me sirven para nada".




FIN de "Memorias del silencio".


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5 comentarios:

  1. ¿Abandonada?

    ¡¡¡Nooooooooo!!!

    ¿Pillando polvo?

    ¡¡¡Nooooooooo!!!

    En Standby xDD

    Ten paciencia, pequeña historia, que acabaremos encontrando un final perfecto para ti.

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  2. Qué? que demonios significa eso? Voy a hacer la pregunta y quiero la respuesta, clara y concisa: donde está la siguiente parte?
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    Quien es el doctor T ese? y siento curiosidad por Andi! quiero saber más de él! :D
    me encanta la ultima frase! y todo sigue en la línea de coherencia de siempre (lo digo porque a veces uno mismo se pierde en lo que escribe... xD) mola, porque da la sensación esa como que... como que no hay más! sabes lo que digo? sensación totalmente falsa, claro está =)

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  3. Vale, mea culpa. Pero estoy trabajando en ello. La siguiente parte vendrá. Está empezada desde hace mucho tiempo y me estoy esforzando por continuar. Lo juro.
    (rayas aparte)
    El doctor T es Thobias Rifkin. Fallo absoluto mío no utilizar ese nombre desde el principio. Tendré que modificar algunas cosillas, creo. xD
    Y Andi... Aaaay, Andi, esta desconocida pieza del puzzle. Ya se sabrá más de él, quién es, cuál es su papel, esas cosas. ^^
    Y sí que hay más, no te preocupes, que no te de un "pallá" por mi culpa. xDD

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  4. Bien, así me gusta que le evites a mi corazoncito malestares innecesarios ^^ xD
    aahahaahahaa! Rifkin! vale, vale, ahora todo encaja xDD y si, Andi es bastante misterioso... ;)
    pues ale, ahora me toca algo del vendedor de huesos o algo así, creo =P=P

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  5. échale un vistazo a este blog!
    http://dont-destroy-the-small-ideas.blogspot.com/
    tal vez te interese:)

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