En las sombras

1. Blanco o negro (1/4)





La noche se volvía espesa sobre los árboles del inmenso bosque alrededor del frío cuerpo de Dakota, que pisaba la húmeda hierba con la decisión perdida de quien lleva horas entre ramas, hojas y frutos. Se abría bruscamente camino entre los arbustos que arañaban la piel helada de sus piernas, recordando aquel interminable examen y la semana de viaje en avión, tren y autobús que la habían llevado a aquel rincón de Pennsylvania.

El lugar al que se dirigía estaba demasiado lejos del pueblo, era demasiado inalcanzable para un coche. Las formas de los árboles bajo la luz de aquella pálida Luna se volvían tétricas a ojos de cualquiera, y los ruidos propios del bosque nocturno le erizaban la piel de tal forma que parecía sentir cientos de agujas clavándose en su cuerpo. Por suerte o por desgracia, antes de alcanzar el límite de la desesperación, pudo ver las altas torres de piedra vieja que se erigían como columnas de densa oscuridad hacia el cielo.

No nació en sus ojos una brillante luz esperanzadora, no iluminó su rostro una alegre sonrisa, ni siquiera su corazón trató de latir una vez con más intensidad. No. Cuando tuvo frente a ella la mansión que la esperaba, todas sus preocupaciones se transformaron en una profunda indiferencia. No se parecía en nada a cómo se lo había imaginado - ni las torres, ni la cuidada fachada surcada de talladas figuras antropomorfas, ni los descuidados jardines salvajes -, pero en ese momento no le importó el aspecto del colegio, del mismo modo que carecía de importancia para ella quién la acompañaría durante los siguientes nueve meses de su vida, y ni tan siquiera lo que pudiera pasar a partir de entonces. Nada importaba.

Hacía ya dos meses que habían llamado a la puerta de la casa de acogida, aquellos desconocidos vestidos de traje negro, portando papeles y parafraseo legal, asegurándole que tenía la oportunidad de finalizar sus estudios en un prestigioso internado de la Costa Este. Sin embargo, del mismo modo que sería gratuito para su familia, no lo sería para ella. Aprobar el durísimo examen no fue fácil para ella, acostumbrada a relajarse en horas de clase, y las extrañas preguntas sin sentido que lo plagaban no hicieron más que revolver más las dudas en su cabeza.

Pero ahí estaba. Todo el dinero que poseía lo había perdido de autobús en autobús, de tren en tren, buscando la combinación perfecta para llegar lo antes posible a ese agujero helado. A diez kilómetros de Graceburg - un pequeño pueblo del norte de Pennsylvania - se encontraba el Colegio Van Helder, un lugar al que Dakota hubiese llamado simplemente versión tétrica de Notre Dame. Pero ya no podía volver atrás.

Daba las seis en punto el inmenso reloj de la fachada cuando Dakota alcanzó al fin la puerta de entrada. Desde el pie de la escalera parecía todavía más gigantesco, tanto que ejercía sobre ella un sombrío efecto de superioridad. Sin embargo, su propia inferioridad no se hizo realmente patente hasta que no golpeó la ornamentada puerta con su puño cerrado y ni ella misma pudo escuchar el sonido que debería haber llegado al otro lado.

- Tiene que ser una broma - murmuró, su voz astillada por el frío nocturno.

No había llegado hasta allí para esperar a que alguien le abriera la puerta por casualidad, así que ella misma la empujó, sorprendentemente teniendo que utilizar casi toda la fuerza que le quedaba. Estaba en buena forma y eso lo sabía, pues ella misma había moldeado su cuerpo competición tras competición, pero aquel portón de madera medía el doble que su cuerpo, y al empujarla había descubierto que tenía un grosor de unos quince centímetros, casi un palmo. No pudo evitar preguntarse qué clase de colegio necesitaría una entrada como ésa.

El interior no la deslumbró menos, pues la exquisitez de cada forma, de cada color y olor que hacían de aquella entrada lo más increíble que había visto nunca, parecían calculados para ello. El techo, abovedado, situado a más de diez metros del suelo, se dejaba atravesar por la tenue luz de la luna, reflejándose en los cientos de diminutos cristales que formaban la lámpara de araña que colgaba unos metros más abajo, sobre su cabeza, rodeada de ocho gruesas cadenas de oro, fuertemente ancladas en las lejanas paredes, tensas por el peso de la lámpara.

- Así que Van Helder, eh - Dakota se aclaró la garganta, todavía resentida por los kilómetros de paseo a través del bosque.

Las alfombras parecían llevar allí demasiados años, descoloridas, deshilachadas, demasiado usadas, recorriendo el suelo en todas direcciones - a su derecha, izquierda y hacia la increíble escalera de mármol que parecía pedirte que ascendieras hacia la oscuridad que se escondía tras la anaranjada luz de las velas que surcaban cada pared.

Estentóreas y maliciosas risas interrumpieron su propia y particular bienvenida al internado. Procedían de algún lugar a su izquierda. Su cuerpo reaccionó a ello, tensándose sus músculos, poniéndose en guardia sus sentidos. Dada su carencia informativa, no sabía quién podría aparecer y qué podría querer de ella.


En las sombras I. 1.Blanco o negro (1/4) - FIN -


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1. Blanco o negro (2/4)


Dos jóvenes cruzaron la puerta a su izquierda, las dos hojas de madera chirriando como se suponía que debía suceder en una vieja casa mohosa, riendo, lanzándose el uno al otro una gorra azul que sin lugar a dudas pertenecía al tercer chico que había aparecido tras ellos, de semblante serio, tal vez triste, desesperado por recuperar su pertenencia, sonrojado por el esfuerzo de haberles perseguido seguramente durante varios minutos y la vergüenza de ser su juguete.

Los dos chicos que se divertían eran bastante altos, teniendo así larga ventaja con respecto al tercero, más bajito y probablemente menos fuerte también. A Dakota le resultó demasiado familiar la estampa, tan habitual, tan típica, tan adolescente. Esto resolvió parte de sus dudas, pues no encontraría callados niños superdotados en aquel internado.

Ninguno de ellos advirtió su presencia hasta que interceptó el lanzamiento de la gorra, apenas dando un pequeño salto entre los tres chicos. El instante de incertidumbre se sucedió deprisa, ninguno querría problemas nada más llegar, y los dos más altos desaparecieron tras la puerta de la derecha, algo ofuscados, aunque riendo de todos modos. Dakota los siguió con la mirada hasta que la puerta dejó de balancearse y se cerró por completo.

- Qué imbéciles - maldijo ella entregándole la gorra a su dueño, que recuperaba el aliento, viendo desaparecer lentamente el color rosado de sus mejillas.

- Ah, sí... - murmuró distraído el chico -. Gracias.

- No hay de qué.

La amable sonrisa en el rostro moreno de la muchacha devolvió el color a los carrillos del chico, y su mirada se volvió inquieta e insegura. La timidez se apoderaba de él; cualquiera podría haberse dado cuenta. Ella lo observó detenidamente, de rodillas en el suelo junto a ella, sacudir su pecoso rostro a derecha e izquierda, tal vez tratando de reponerse lo antes posible. Cuando gotas de agua llegaron a su piel advirtió que el chico tenía el pelo mojado, y olía a menta. Parecía que acabara de darse un baño, y esto le dio esperanzas. No tendría que bañarse en el río a la intemperie.

El joven le tendió la mano, sonriendo gentilmente.

- Eres Dakota, ¿no? - su voz casi un susurro.

- Llámame Crash - aclaró ella tomando la mano y estrechándola. Su mirada inquisitiva trataba de arrancar al chico una presentación.

- Soy Taylor. Taylor Mills - dijo él, incorporándose y recogiendo del suelo la bolsa de deportes de Dakota -. Te acompañaré a tu cuarto.

Se sintió avergonzado al instante, al darse cuenta de que no podría dar dos pasos con la bolsa cargada a su espalda; pero se sintió aún peor cuando la vio a ella, una pequeña sonrisa amable fundida en su rostro, levantarla sin esfuerzo y colgarla de su hombro como si de una bolsa de algodón se tratara. La diferencia física entre ambos se veía a distancia. Dakota era bastante alta para ser una chica, mientras que Taylor había tenido que utilizar un taburete de plástico en el cine durante toda su infancia para llegar a ver algo más que la nuca de otro ser humano. Era débil y demasiado flacucho para sus diecisiete años, tal vez todo lo contrario que ella, pues sus brazos parecían fuertes hasta en estado de reposo.

Los dos eran distintos. Dakota era fuerte por fuera y creía ser fuerte por dentro, mientras que Taylor perdía los nervios con facilidad, se rendía demasiado pronto y prefería el camino fácil para no sufrir. Sabía que éso era algo que deberían solucionar sus profesores, pues jamás aprobaría si no era lo suficientemente fuerte.

Ambos subieron en silencio las escaleras hasta el piso superior, Dakota arrastrando sus sandalias de cuero por la alfombra, levantando polvo que seguía ennegreciendo sus pies. El verde manto se extendía a lo largo de tres pasillos una vez allí. Al frente y a su izquierda, cuyas puertas estaban abiertas; y hacia la derecha.

- Nunca vayas por ahí - señaló Taylor hacia la única puerta cerrada -. Está prohibido.

- ¿Eres consciente de que éso suena demasiado tentador?

- Será mejor que controles esos instintos, Dakota - advirtió una voz de hombre a sus espaldas, rasgada, viril y tal vez sensual -. Podría traerte problemas con los profesores.

Una diminuta risa se abrió paso entre los labios de la joven, que seguía mirando aquel trozo de madera frente a ella como un enigma que entonces tenía ganas de descifrar.

- ¿Y quién lo dice? - preguntó con tono despreocupado, viendo a Taylor volverse hacia el recién llegado con una luminosa sonrisa en el rostro.

- ¡Profesor Blake! ¿Ha ido al río?

"Buena forma de empezar, Crash", se dijo, "excelente". Y su despreocuada expresión se volvió un puzzle de autocastigo y autocompasión.


En las sombras I. 1.Blanco o negro (2/4) - FIN -



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1. Blanco o negro (3/4)




- Deberías bañarte tú también, Taylor. El agua está genial.

Dakota se volvió con precaución y observó de arriba a abajo a aquel hombre. No llegaba a los treinta años, aunque parecía más joven de lo que sus ojos decían que era. Un poco más alto que los otros chicos, y seguramente bastante más fuerte, pues su torso descubierto mostraba unos musculados hombros, así como trabajados brazos y abdominales. Las bermudas le cubrían casi hasta las rodillas, y pudo fijarse en la cicatriz que recorría una de ellas hasta el tobillo - lo cual debía de haber sido bastante doloroso antes de sanar. Sus cortos cabellos se repartían en todas direcciones, húmedo el brillante negro azabache, relegando finas gotas de agua a deslizarse por los marcados pómulos hasta la mandíbula, cubierta de corta barba de dos días. Y sus ojos, de un azul intenso y brillante, miraban a la joven con un desdén que poco se esperaría de un profesor. Aunque una primera impresión en bañador, pensó Dakota, tampoco ayudaría a un futuro respeto mutuo.

- ¿Has llegado ahora? - preguntó el profesor, cambiando el desdén por la amabilidad de una sonrisa que mostraba dos filas de perfectos dientes blancos.

- Ahora mismo - respondió ella, evitando desviar su mirada de aquellos ojos marinos.

- Soy Ned Blake, uno de los profesores del Colegio - confirmó tendiéndole la mano a la joven, que no recordaba haberle visto subir las escaleras -. Como ya estáis todos aquí, la presentación será durante la cena - dijo mirando entonces a Taylor.

- ¡Genial! - exclamó el joven, hambriento.

- Os lo explicaremos todo, no te preocupes - aseguró a Dakota, que parecía algo perdida -. Ah, y espero no verte nunca atravesando esa puerta.

- ¿He de prometerlo? - su inocencia perdida en algún lugar del camino.

El hombre sonrió de nuevo con cierta malicia, complicidad también, y se abrió paso entre los dos jóvenes para desaparecer por el pasillo de la izquierda, caminando con el mismo desdén que sus facciones sugerían.

No queriendo perder allí más tiempo, Taylor condujo a su nueva compañera a través del pasillo del frente, escasamente iluminado con las mismas velas de la entrada cada varios metros, en ambas paredes. A lo largo del pasillo había también puertas a ambos lados, cerradas a simple vista, aunque no quiso comprobar que lo estuvieran también con llave.

Al fondo del pasillo, tras unos veinte metros, se encontraba la escalera de caracol por la que subieron hasta el tercer piso. Desde allí, Taylor la llevó hasta un nuevo pasillo, más corto, con tres puertas a cada lado y una al fondo. El joven paró frente a la segunda de la izquierda, y, tras un prolongado suspiro, dijo:

- Lo compartes con Flannery Endicott, pero llámala Fay - una sombra de temor se vio reflejada en sus ojos, o eso creyó ver Dakota -. Craig la llamó Flannery y todavía tiene el ojo morado.

Dakota río sin ganas, con marcada ironía, y posó su mano sobre el pomo de la puerta.

- Cenamos a las siete - dijo Tayor, abriendo la tercera puerta de la izquierda -. No llegues tarde.

Asintió ligeramente con la cabeza, todavía tratando de recordar el camino que habían recorrido para llegar hasta allí. Cuando lo vio desaparecer en el interior de su habitación, ella hizo lo mismo. Al otro lado de la puerta halló una pequeña habitación con dos camas, dos mesillas de noche, dos armarios y dos pequeñas estanterías. Era un poco más grande que su cuarto compartido de la casa de acogida, o tal vez simplemente lo parecía por no tener las mismas ocho camas, las maletas y la ropa desperdigadas por el suelo.

Observó detenidamente la mitad izquierda de la estancia. La cama estaba hecha, junto a una mesilla organizada sobre la que descansaban un despertador, una pequeña libreta y un bolígrafo. La estantería que colgaba de la pared sobre el cabecero de la cama tenía un par de libros, lo que creyó una púa de bajo, y una pequeña cajita. Las pertenencias de Flannery, parte de la intimidad de una desconocida expuesta ante sus ojos, como un reclamo a su frágil determinación, a su débil autocontrol. Por suerte para ambas, su indiferencia siempre crecía un grado por encima de cualquier otro sentimiento, trasladándolo todo peldaños más abajo, acercándolos al lugar donde ya nada importaba.

Se deshizo de su bolsa de deportes, dejándola caer junto al armario vacío, e hizo lo mismo con su propio cuerpo sobre la cama. El impacto contra el colchón le dejó dos cosas claras, dos cosas que preferiría haber evitado descubrir el primer día de estancia en el internado. La primera, que no podría enderezarse sin dolor durante las siguientes horas; y la segunda, que ese colchón tenía más de piedra que de colchón.

Se incorporó de un salto y deshizo la cama de un tirón, arrancando las sábanas y descubriendo el bloque de paja prensada que se escondía debajo, culpable de sus calambres en la espalda, del escozor de su piel. Su almohada estaba formada por un montón de la misma paja atada con una fina cuerda.

Sin demasiada paciencia, abrió la puerta de la habitación y se asomó al pasillo. Tan sólo el silencio y la oscuridad advirtieron su presencia, pues la estancia parecía vacía.

- ¿Estáis todos locos? - aulló, esperando llamar la atención de alguien -. Este estúpido colegio no está en la Edad Media. Ni siquiera los cerdos duermen ya sobre paja.

Suspiró prolongadamente, el sonido del aire abandonando su cuerpo acompañado por el chirriar de la puerta situada a su izquierda. Quería reírse, pero las carcajadas no querían llegar a su mente, pues el temor de un encuentro con otro profesor mermó su determinación y quebró sus fuerzas.


En las sombras I. 1.Blanco o negro (3/4) - FIN -



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En las sombras 4



1. Blanco o negro (4/4)


Acompañando la fría corriente de aire que surgió a través de la puerta entreabierta, las palabras entonadas con una rasgada voz masculina, danzando juguetonas, con ademán provocador, rozaron el rostro helado de Dakota, cautela y miedo tejidos entre la máscara de habitual indiferencia.

- Si te sientes sola por las noches, preciosa, sobra sitio en mi cama.

Pero no alcanzaron su corazón aquellas palabras, ni siquiera la parte del cerebro encargada de las emociones. No se trataba de un profesor y ello era en lo único en que entonces pensaba. No dar otro paso hacia atrás sin haber dado alguno hacia adelante.

La luz del interior de su cuarto iluminó los pasos del joven hasta que alcanzó el pasillo, donde Dakota pudo comprobar con sus propios ojos que aquel ego transformado en palabras incitantes casaba con la imagen que se había formado en su cabeza durante un instante.

Era un chico atractivo, de su misma edad - al igual que todos los alumnos, quiso suponer -, en buena forma, bien vestido y demasiado bien peinado para la hora que era. Mechones de rubios cabellos descendían a ambos lados de su rostro, ondulando la silueta de los suaves pómulos, haciendo desaparecer la cuadrada curva de su mandíbula, y perfilando el malicioso desdén de su pícara sonrisa. Y entre la belleza evidente de sus facciones se hallaban los perfectos ojos de un maníaco controlador; perforadoras monedas grises responsables del interrumpido pulso de la joven. El azul que escondían, profunda y delicadamente pincelado, hacía de aquel rostro lo más parecido a la imaginada belleza de los ángeles. Sin embargo, sus palabras parecían querer exponer el alma demoníaca que se retorcía en su interior. Un demonio engreído, aunque superficialmente cercano.

Dakota dio un paso hacia atrás, hacia el interior de su nuevo cuarto, tratando de recuperar su parcialmente perdida compostura. Sus pesados párpados querían tener más fuerza; más fuerza que una determinación que le era ajena.

Volvió al pasillo cerrando la puerta tras de sí.

- ¿Alguien te ha preguntado?

- Perdona mi descortesía, preciosa - el muchacho avanzó hacia ella extendiendo su brazo, ignorando por completo el hosco tono de voz con que las palabras habían abandonado los labios de su nueva compañera -. Me llamo Vincent.

La chica miró la mano con gesto disgustado y la tomo sin la gentileza que podría esperarse de ella.

- Llámame Crash - acotó, dirigiéndose a las escaleras -. ¿Dónde puedo encontrar un colchón?

- Eres Dakota, ¿no? La que viene del orfanato...

- Casa de acogida - corrigió.

- Bien. Lo que sea, preciosa. Todavía hay muchas cosas que no sabes de este colegio.

Descendían por las frías escaleras, salpicados sus cuerpos de pálidos reflejos anaranjados. Las pequeñas velas apenas iluminaban la superficie que con cuidado pisaban. Ella podía sentirlo a su espalda, podía ver como la miraba con cada cerrado giro de la escalera, como parecían sonreír aquellos ojos. Observarle de reojo le recordó que ya le había visto antes, y sus pies frenaron por propia voluntad.

- Eres el tío que estaba vacilando a Taylor en la puerta, ¿verdad?

Al volverse lo encontró recuperando el equilibrio que había perdido al intentar no llevársela por delante.

- ¿A Mills? - sonrió, encontrando su verticalidad -. Sí, el mismo.

- Pues piérdete.

Dos cosas quedaron claras para Vincent tras aquella última intervención, acompañada por el suspiro de impaciencia más honesto que había escuchado jamás. La primera, que no sería fácil convivir con Dakota; y la segunda, que no se desmayaría ante él por sus exteriorizados encantos de galán neoyorquino. Y sin querer complicar más su propia vida, dio media vuelta y volvió a su cuarto. Para cuando había cerrado la puerta, ella ya se había perdido.

Creía recordar el camino de vuelta, pero ya no se encontraba en la torre de habitaciones. Había descendido todos y cada uno de los escalones de piedra, sin encontrar el vestíbulo en su camino, ni verdes alfombras siquiera que guiaran sus pasos de vuelta a la torre. Debía haber confundido un giro, una puerta, y no había conseguido deshacer el camino que Taylor le había mostrado. A aquello lo llamaba empezar bien.

Desde que había tomado el avión en Honolulú camino al continente se había sentido completamente perdida. Era una chica de islas. Jamás había cruzado el océano en aquella dirección. Estaba demasiado lejos de casa, de su hogar, y ni siquiera podía sentirse un poquito bien en ese rincón del mundo, pues su toma de contacto no le había dado demasiadas esperanzas. Era descuidada y despreocupada, pero media hora en aquel internado le había bastado para perder la fe en el sueño de su madre. La universidad, cambiar la tabla por la literatura, el neopreno por la filosofía, la arena por las matemáticas. Quería que saliera de la playa y encontrara su lugar en el mundo, un excitante lugar al que pertenecer, su independencia, su autonomía, su libertad.

La casa de acogida siempre había sido para ella un buen lugar para vivir, un lugar al que volver y en el que rodearse de tanta gente que la harían olvidar todo cuanto pudiese herirla. Pero, del mismo modo, había vista a tantos de esos chicos y chicas como ella perderse de camino a esa vida normal y digna que tanto amaban los adultos y que tan locos volvía a los niños. Había visto a tantos marchar, volver, ser abandonados, crecer solos y olvidar su identidad, que la aterraba la idea de no poder salir adelante. El colegio podría darle una oportunidad, abrirle un camino, pero el trayecto había sido tan largo que había vuelto al punto de partida: las dudas.

- Algo está mal aquí - murmuró su temblorosa voz.

Su reloj de pulsera marcaba ya las seis y media y seguía allí sentada, entre dos paredes de helada piedra inerte. Se sentía mal. Hacía mucho frío en Pennsylvania y esa vieja catedral de Notre Dame parecía poseer una atmósfera propia incluso más fría. Y ese frío la embargó, y sintió que seguiría allí el resto de su vida, esperando una mano amable que la sacara de allí de un tirón y la enviara de vuelta a la luz.

La tristeza, la vulnerabilidad que la rodeaban entonces se le antojaban ajenas. Ella jamás había sido así, siempre había sido fuerte. Entonces, ¿qué era aquello que parecía acosarla desde que había puesto sus pies en el colegio?, ¿qué significaba ese vacío?, ¿qué quería de ella? No quiso averiguarlo.

Una fuerza indiscutiblemente poderosa la puso en pie de un salto y movió cada una de sus piernas hacia un desconocido camino de vuelta. Si el Van Helder quería ponerla a prueba, la superaría, pues el valor con el que se armaría siempre sería más fuerte que cualquier duda; por profunda que fuese la grieta abierta en su interior, cicatrizaría, pues la familia Hayden no la había empujado tan fuerte para simplemente verla caer hacia el vacío.

Lamentablemente, todo ese valor se agotó enseguida. Seguía perdida, y lo peor que podría sucederle, necesitaba urgente y desesperadamente llegar a los servicios.


En las sombras I. 1.Blanco o negro (4/4) - FIN -


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 En las sombras 5





2. Lili'uokalani (1/4)




- ¿Te has perdido?

La voz la alcanzó como una brisa, ondeando sus cabellos, acariciando su cuerpo, distorsionada pero clara desde el fondo de un pasillo oscuro. Se acercaban las siete, la hora de la cena, y por fin parecía haber vislumbrado su pequeña luz al final del túnel.


- Eso depende - respondió ella.

- ¿De qué?

Estaba entonces más cerca. Sin embargo, aunque ya podía distinguir que se trataba de una joven voz masculina, no podía ver nada. La luz de las velas se había consumido minutos atrás, y su teléfono móvil ya no tenía batería. Aquella incertidumbre la llevó a preguntarse por qué solamente se había cruzado con chicos desde su llegada.

- ¿Estamos cerca del baño? - preguntó ella, tratando de aguzar su vista entre la penumbra.

- Bastante lejos.

- Entonces me he perdido.

La voz se transformó entonces en una jovial risa, amable, aunque tapadera de malicia adolescente. De ella pudo deducir que su dueño parecía divertirse con el hecho de que estuviese perdida buscando un retrete, pero también descubrió que no pretendía hacerle la burla. Del mismo modo que Vincent había logrado obligarla a dar un paso hacia atrás, aquella voz parecía querer obligarla a darlo hacia adelante, entre la oscuridad, a ciegas.

Viendo mejorar su suerte, avanzando un pequeño paso hacia esa luz que la esperaba, el roce de una mano desconocida tomando la suya la devolvió a la realidad. No como una bofetada, no empujándola hacia la verdad, sino como una suave caricia, gentil, desinteresada. Tal calidez le recordó el frío que la rodeaba y su cuerpo se estremeció, recorriendo el pasillo a tientas, palpando las paredes en busca de la salida, sintiendo gélidas lágrimas de piedra resbalando por sus rostros.

- ¿Cómo llegaste hasta aquí? - preguntó el chico, pero Dakota no pudo ver su rostro a pesar de que lo volvió hacia ella.

- ¿Qué es aquí?

- Los túneles que conectan las dos torres - una risa escondida tras la escueta información -. Me da que te pasaste bajando escaleras.

- Me perdí.

- Eso me quedó bastante claro. Hasta aquí creo que sólo llegan las ratas.

- Ya.

Una casi agradable conversación con un desconocido en unos túneles oscuros, rodeada de ratas, atacada por continuas goteras, helada de frío y con la urgencia de quien lleva todo un día sin pisar un baño. Beber tanta agua en el autobús no había sido su mejor idea, pero no podía llevar a su cerebro a pensar en ello, pues sus pensamientos estaban ya ocupados.

- Eres Dakota, ¿no?

La joven sintió como una impertinencia que jamás había sido su fuerte crecía hacia sus palabras con intención de devorarlas y convertirlas en una dañina pulla infantil. Sabía que volvería a escuchar esa pregunta.

- Crash - acotó -. Llámame Crash.

- ¿Y eso? - la presa que sostenía su mano se hizo más fuerte un segundo. Notó todo el cuerpo del chico en tensión a través de su brazo.

- Así me llaman.

Dakota se vio sorprendida cuando él se volvió hacia ella de pronto, encarándola, presentando ante sus cansados ojos una silueta poco más alta que ella, pero bastante más imponente. Sin embargo, por alto o bajo que fuese, aquel detalle no la ayudaría con su pequeño problema.

- Yo soy Denny... Dennis Forester - le tendía la mano como otros habían hecho antes, advirtió Dakota entre la oscuridad, a pesar de que llevaban varios minutos conectados a través de ellas -. Pero a mí me llaman Nashville.

- ¿Porque eres de Nashville?

- Exacto.

- Ya.

Dennis pareció notar el tono impaciente en la voz de la joven, pues volvió a tomar su mano sin miramientos y arrastrarla a través de los pasillos como si hubiese crecido entre aquellas paredes. La soltura con que los cruzaba la preocupó un poco, pues creía que para todos era algo nuevo.

- El baño más cercano está en el exterior. Desde allí también podemos llegar al comedor, así que no llegaremos tan tarde a cenar. Y, créeme, no queremos llegar tarde.

Reía, pero también temblaba su voz. Dakota no quería preguntar, pero sus labios se movieron por voluntad propia. A pesar de que nada le importara demasiado, no podía frenar las preguntas que rondaban su cabeza. Aquella rara atmósfera, la sensación de que algo se estaba torciendo de algún modo, el presunto peligro que hacía a su corazón latir más deprisa cada ciertos segundos. Había algo extraño en ese internado.

- Algunos profesores dan un poco de mal rollo - había expuesto Denny, de nuevo tratando de reírse, pero tan sólo consiguiendo que temblara más su voz -. No sé si me entiendes.

- No.

- ¿No has hablado con ellos? - preguntó, desconcierto en su voz. Algo llamó su atención cuando desviaba su mirada hacia Dakota -. ¡Por fin! Ya llegamos.

La pálida luz de la luna que iluminaba aquel tétrico rincón del mundo apareció bajo la puerta mientras lentamente la abría, crujiendo y chirriando ésta entre sus ásperas manos. Pálida luz de la luna que desapareció al sonido de pasos cruzando la misma puerta y volvió a aparecer el instante siguiente. Y volvió a desaparecer.

- ¿Hay alguien al otro lado? - se preguntó la joven, sin quererlo expresando aquella incertidumbre en palabras cargadas de un extraño sentimiento cercano a un miedo que no tenía costumbre de visitarla.

El brazo derecho de Dennis frenó el paso que dio hacia adelante, firme, anclado en la pared a la altura de su pecho. Un mal presentimiento la abordó cuando vio el claro rostro de su compañero, su dedo índice sellando sus labios en una plegaría de silencio.




En las sombras I. 2.Lili'uokalani (1/4) - FIN -


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En las sombras 6



2. Lili'uokalani (2/4)


Los segundos siguientes transcurrieron despacio, bajo el yugo del abrumador silencio que la cautela inducía, que el miedo construía. La brisa que se colaba entre los dedos de sus pies traía consigo un sulfuroso aroma, ascendiendo hasta llenar sus cuerpos, cálido al roce, pero gélido al llegar al interior de sus pulmones. Dakota podía sentir esa diferencia de sensaciones, entre el frío que rasgaba su interior y la calidez del brazo que cohibía el impulso que quería hacerla abrir esa puerta.

La sombra de aquellos pies se proyectaba hacia el pasillo por debajo de la puerta, creando tres franjas de luz hacia el interior. Sus respiraciones constantes, sus miradas fijas, sus corazones inquietos.

Dakota alzó lentamente su mano hasta rodear con ella la firme muñeca del chico, deshaciendo la presa que constituía. El chico se volvió hacia ella, reflejando el perfil de su rostro una dureza que no casaba con su voz, con sus expresiones; escondiendo sus ojos el mismo miedo que hacía temblar sus manos. El iris anaranjado pálido, tenso. Aquellos ojos querían decirle algo, pero no podía entenderlo.

"Co-rre", vocalizaron sus finos labios, la cuadrada mandíbula casi haciendo rechinar los dientes.

Pero todo se movió demasiado deprisa entonces, tanto que Dakota no supo en qué momento había llegado hasta la puerta cuando su compañero había tomado la dirección contraria. La sostenía con su espalda, anclados sus pies en la piedra húmeda de los túneles, manteniéndola cerrada. La adrenalina le había otorgado en el primer momento la fuerza suficiente para resistir, pero el resbaladizo suelo no la ayudaría mucho más.

- ¿Qué estás haciendo? - inquirió Dennis, su voz ruda, crispada, pero casi un susurro.

Dakota lo había predicho. Aquélla sería la pregunta que se disiparía en el aire que la separaba de aquel chico, pero no era ésa la que necesitaba una respuesta.

- ¿Qué es ese olor? El azufre, Nashville - un escalofrío recorrió la espalda del joven -. ¿De dónde sale? Porque..., ¿volcanes en Pennsylvania? No me cuadra.

La puerta golpeó con fuerza su espalda, pero la suya seguía siendo mayor que el parco tesón de quien trataba de abrirla. Estaba segura de que Dennis respiraba tan profundamente que podía escucharse al otro lado.

- El... el... - balbuceaba el chico, sus rodillas tocando entonces el suelo -. Tú eres... Dakota... la a... adop... tada.

- Vivía en una casa de acogida. Nadie me adoptó nunca - corrigió, viendo su voz transformada en un reproche adolescente para nada acorde con ella. Pero tenía otros problemas entonces -. ¿Qué te pasa?

Sus pies resbalaban, desequilibrándola, disminuyendo la resistencia que sostenía esa puerta cerrada. Con cada golpe en la madera, su espalda recibía otro, su cabeza otro más, y sus brazos flaqueaban con cada nuevo impacto. Sin embargo, la visión de aquel chico tendido de rodillas en el suelo, con sus manos casi hundidas en la roca húmeda que antes pisaban, bocanada tras bocanada de aire perdiendo la fuerza, la obligaba a exigirse más.

Sus músculos se tensaron una vez más con el siguiente golpe.

- Nashville, tío. Levántante - lo llamaba, pero él seguía perdiendo el aire tan deprisa como ella la paciencia -. ¿Por qué huele a azufre? ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? - su cuerpo tembló de nuevo -. Joder.

El cuerpo de Dennis se sacudió con una tos que le impedía respirar, tratando de mantener el equilibrio sobre sus rodillas, luchando por expulsar unas palabras que de nuevo sus ojos querían expresar.

Dakota golpeó la puerta de madera con todo su cuerpo al recibir ésa un nuevo impacto. Su mano, extendiéndose temblorosa hacia la del chico, quería alcanzarle, sostenerle, liberarle de ese inexplicable dolor repentino.

- Dem... - rugió su áspera voz.

- ¿Qué?, ¿qué dices? ¿Qué está pasando, Nashville?

Seguiría siendo imposible para ella tomar su mano desde la puerta si no daba un paso más. Pero el chico parecía perder la fuerza demasiado deprisa. Su cuerpo se tambaleaba, sus brazos flaqueaban y se doblaban, acercando su rostro enrojecido al suelo.
Quien empujaba la puerta comenzaba a tener más fuerza que ella.

- Son... dem... - la tos astillaba su garganta y hería sus palabras, que como sangre resbalaban entre sus labios y desaparecían en un fino hilo que apenas hacía temblar el silencio.

- ¡No hables más, joder! - la vieja madera de la puerta se clavó en su brazo con el siguiente golpe -. ¡Joder!

- Crash... - sollozó la temblorosa voz de un Dennis de mirada ausente -. Demonios.
Los ojos de Dakota se clavaron en los suyos y la intensidad de la joven pareció golpear al chico, pues cayó desplomado sobre la inerte piedra al sonido de las bisagras siendo arrancadas de la pared.


En las sombras I. 2-Lili'uokalani (2/4) - FIN -



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En las sombras 7



2. Lili'uokalani (3/4)


Un lejano sonido se arrastró hasta sus oídos, víctimas del ecoico martilleo de las goteras y el zumbido que la caída había regalado a su cabeza. Había venido del exterior, un golpe, un ruido sordo, un cuerpo chocando fuertemente contra algo sólido, tal vez, e inmediatamente después algo siendo arrastrado. Todo lo que podía adivinar desde su posición era el cuerpo inconsciente de Dennis bajo el suyo, lenta y rítmicamente elevándose y descendiendo su pecho. Todo le daba vueltas.

Sus codos cedieron cuando trató de incorporarse.

- ¿Nashville? - murmuró, su voz acompañada del metálico sabor de la sangre.


Pero un quedo gemido fue la única respuesta de su cuerpo ante el torpe movimiento que había llevado a Dakota de nuevo a caer sobre él.

Algo seguía moviéndose bruscamente en el exterior, pero la puerta, aunque parcialmente astillada y colgada de una sola bisagra, le impedía descubrir de que se trataba. No sería capaz de mantener su posición de ciego testigo durante mucho tiempo.

Cuando reunió la determinación necesaria para incorporarse sobre sus manos, pinchazos de dolor recorrieron su brazo junto al cosquilleo de la sangre deslizándose hasta enredarse entre sus dedos. La vieja madera clavada en su piel ya no frenaba el sangrado ni detenía el dolor.

Se volvió hacia la puerta, a su espalda, con la certeza de que algo había dejado de estar tan mal como hacía unos segundos, para empeorar de forma radical.

- ¿Qué cojones...? - balbuceó, tratando de permanecer asombrada, pero su cuerpo se movió deprisa.

Los retazos de luz de luna que esperaba encontrar colándose entre los huecos de la puerta rota ya no estaban, pues la misma puerta había desaparecido, y, por algún irracional motivo sabía que no tenía demasiado tiempo.

Sus piernas se tambalearon cuando repentinamente se puso en pie sobre la sombría superficie del cuerpo del joven, que no daba señales de consciencia ni siquiera tras zarandeos y sacudidas. Su piel se sentía helada al tacto, pero incluso los ojos de Dakota podían sentir ese frío rodeándolo, como fina escarcha creciendo y extendiéndose, una fina capa cubriéndole, atacándole y protegiéndole al mismo tiempo.

El chasquido a su espalda fue la última señal que esperaría.

- Lo siento - murmuró al inconsciente Dennis, antes de desaparecer entre la oscuridad del estrecho pasillo.

Sus manos se arrastraban por la abrupta piedra a ambos lados de su cuerpo, esperando así conseguir la mayor seguridad con la que contaba. Su teléfono móvil hacía días que se había quedado sin batería y nada en aquel pasillo podía ser utilizado como linterna. Correr todo lo deprisa que pudiese era lo único en que pensaba entonces, tratando de olvidar que había dejado atrás a su nuevo compañero y que algo parecía perseguirla; algo o alguien a quien no podía ver, ni tampoco escuchar. Se trataba de un sentimiento que oprimía su pecho restando espacio a sus pulmones, obligando a su corazón a ser más fuerte, pero constriñendo también sus tripas en una maraña de miedo y adrenalina.

La sangre que abandonaba su cuerpo se escurría entre su ropa y su cuerpo, dejando una huella tanto visible como sensible. Sabía que debería dolerle, pero no era así. Tal vez la adrenalina que entonces recorría sus venas y arterias, pensaba, hubiese cubierto la sensación de dolor, trasladándola a un futuro que esperaba tener.

"No te has preguntado lo más lógico, Crash", se decía entre fuertes inspiraciones, sin desviar su atención del lugar donde sus pies tocaban el suelo. Si no podía ver, sus otros sentidos debían ser su guía.

- ¿Por qué...? - rugió, su voz astillada, tratando de volver la vista atrás, de descubrir si realmente existía éso que su mente quería hacerle creer que la seguía -. ¿Por qué no se acaba el maldito pasillo?

Con esto, sus pies se anclaron en la piedra y todo su torso se giró sobre sus piernas en busca de la supuesta amenaza. Casi a cámara lenta, con todos sus sentidos tan alerta como sabían, encaró la tajante oscuridad entre el silencio que la soledad traía consigo.

Dos gotas de agua llegaron a su brazo desde algún rincón de la caverna, erizándole la piel. Dakota chasqueó la lengua contra el paladar.

- Por éso odio la...

Un frío golpe le heló el pecho antes de parar su corazón.


En las sombras I. 2. Lili'uokalani (3/4) - FIN -



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En las sombras 8



2. Lili'uokalani (4/4)


- ¡Lluvia!

El mundo de Dakota pasó de ser horizontal a vertical en un instante, entre fuertes jadeos. Sudor frío descendía por su frente, por su cuello, recorría su espalda dejando a su paso un legado de escalofríos que no la ayudaban a entrar en calor. Porque hacía frío, recordó, como en cualquier rincón de ese inmenso colegio de piedra.

- Por éso odio la maldita lluvia - murmuró, su voz rasgada atravesando su garganta seca.

Su mano, temblorosa, apresaba con fuerza la tela de su camiseta a la altura de su pecho, esperando calmar una sensación de vacío que no conocía. El hombro le dolía como solamente una vez había llegado a dolerle; pero no había tocado el mar, y no se había golpeado contra las rocas.

Apartando los mechones de cabello que se pegaban a su rostro, confirmó que no se encontraba en los pasillos subterráneos, sino en una habitación que parecía parte de un hospital. Sentada sobre una camilla negra, una sábana blanca le cubría las piernas. A su derecha, muebles de puertas acristaladas con sendas cerraduras mostraban pequeños botes naranjas repletos de medicamentos y material quirúrgico.

De una papelera próxima asomaban vendas manchadas de una sangre que presumía suya.

- El día va mejorando.

Se deshizo de la sábana y dejó caer sus piernas por el borde de la camilla. Le dolían, casi como si hubiese estado horas corriendo, pero apenas conseguía recordar con claridad fragmentos de lo sucedido desde que había tocado aquella puerta. De la misma forma que lo había recordado a la perfección nada más incorporarse, el significado de los últimos acontecimientos iba perdiendo poco a poco el sentido, desordenándose, emborronándose, menguando. Al igual que los sueños se transformaban en difusos recuerdos nada más despertar.

El reloj de su muñeca marcaba las nueve menos cuarto - surcada la pulsera por informes líneas de sangre - cuando descendió de la camilla deslizando sus pies sobre la superficie de sus sandalias. El tacto del cuero la ayudó a sostenerse en pie, obligándola a recordar dónde se encontraba y para qué había ido a parar allí.

La sangre que cubría las vendas todavía conservaba el intenso color rojo de la sangre fresca, así que su enfermera no podía estar muy lejos. Ignorando el punzante dolor que azotó su espalda al erguirse, atravesó el cuarto sin prestar demasiada atención a lo que la rodeaba, hasta que alcanzó el pomo de la puerta. El solo roce de su piel sobre el frío metal llenó sus entrañas de una amarga sensación de náuseas. El sudor volvió a recorrer su rostro, apoyada su frente en la puerta, ardiente su cuerpo por la fiebre.

Las manos todavía le temblaban cuando las necesitó para sostenerse en pie, cuando, con un susurro, la luz se fue, relegando al cuarto a la penumbra de una noche acristalada.
Un susurro que escondía un melodioso verso que no llegó a descifrar. Un susurro que rozó su nuca y se arrastró por su espalda en una fría caricia.

- ¿Qué...? - aulló.

Sintiendo como la adrenalina peleaba por salir de su cuerpo, se volvió hacia aquella sensación, pero algo parecía intentar entrar en su lugar, algo helado que había golpeado su pecho un instante antes de volver la luz. La intensidad de las bombillas le astilló la visión durante segundos, impidiéndole ver con claridad, prohibiéndole descubrir si realmente había alguien en aquella habitación o simplemente su presunta fiebre la estaba haciendo alucinar.

Se sentía como si de pronto hubiese vuelto a despertarse de una pesadilla. Pero siempre había estado despierta, o al menos eso esperaba.

- ¡Vaya, vaya! - exclamó una voz, pero era real entonces, y estaba muy cerca -. Por fin te despiertas.

Pertenecía al profesor Blake, que asomaba su cabeza por la puerta entreabierta. Podía verlo desde su posición en el suelo, elevando su rostro cansado hacia la luz que se colaba entre su cuerpo y el marco, los pálidos reflejos anaranjados iluminando la morena piel del joven profesor.

- ¿Te encuentras bien? - verdadera preocupación sustituyendo el desdén de su voz.

- Creo que he tenido días mejores.

- Ya veo - rió él -. ¿Crees que puedes llegar al comedor?

- De sobra.

Poniéndose en pie recordó por la fuerza la herida de su hombro, demasiado tarde para fingir que no le dolía, pues el quedo gemido había llegado ya a oídos de su nuevo profesor. Chasqueó la lengua contra el paladar sin darse cuenta de que él la miraba con la comprensión que tan sólo un adulto podría expresar en una mirada.

- ¿Te ayudo?

La gentil mano de su profesor tomó la suya, y con ella recibió el último impulso que necesitaba para perder el equilibrio, al incorporarse por completo. Estaba acostumbrada a darse golpes, pero no a perder tanta sangre, y su cuerpo lo estaba sufriendo. Le costó varios segundos recuperar la compostura.

- SI no estás bien podemos dejar la presentación para mañana.

- No hace falta - aseguró Dakota, reuniendo toda la seguridad en sí misma que tuvo a su alcance.

- De acuerdo. Vayamos al comedor entonces. No está demasiado lejos.

Tal como le había asegurado su profesor, el trayecto no fue demasiado largo, sin embargo, aunque lo intentó, la joven no pudo recordar el camino que habían recorrido. El punzante dolor de su brazo le impidió concentrarse en ello, obligándola a vagar por los lugares de su propia mente atormentados por el recuerdo de cada lesión. Por éso, cuando llegaron a la puerta principal, no pudo sino preguntarse como había llegado hasta allí.

- Me gustaría hablar contigo después de cenar - dijo Blake, sosteniendo el pomo de la puerta entre sus dedos, pero sin mostrar la menor intención de abrirla antes de obtener una respuesta.

- ¿Por qué?

Dakota no pudo entender por qué sentía que debía ponerse a la defensiva.

- Necesito saber qué le ha sucedido a tu brazo - la seriedad en el tono de su voz inesperada.

- ¿Y si ni siquie...?

La puerta se abrió de pronto, interrumpiendo la salida de sus palabras, cortando de raíz sus dudas y sus quejas. Y, antes de que pudiese reaccionar, o despejar su mente, o tan siquiera descubrir quién había abierto esa puerta, las únicas palabras que no deseaba escuchar en ese desierto de árboles y niebla, llegaron a sus oídos.

- Bien, escuchadme, chicos - anunciaba el profesor Blake, elevando la voz sobre el murmullo que inundaba el comedor -. Ella es la última alumna que estábamos esperando. Su nombre es...

Pudo verle sacar un papel del bolsillo trasero de sus pantalones justo antes de...

"No lo hagas", suplicó la joven a su mente.

- Dakota... Lili'uokalani Hayden.

"Mierda".


En las sombras I. 2.Lili'uokalani (4/4) - FIN -



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Y, POR EL MOMENTO, HASTA AQUÍ HE LLEGADO.
GOMEN NASAI.

3 comentarios:

  1. Me lo he leído todo!
    Me encanta! Está muy bien escrito y describes todo genial. Sentía ya y todo que estaba viviendo yo la historia en propia piel :)
    Sigue! :D

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  2. ¡¡¡Gracias!!! ^^
    ¡¡Tengo que seguirla, tengo que seguirla!!

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  3. Y a que esperas? :) Tienes mucho talento para escribir campeona. Ánimo.

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