Leyes de caza

(Continuación de "El perdido colt del 45")

Leyes de caza
- Jahna


Era como recorrer un camino que ya ha sido mil veces marcado; serpenteando entre maleza que creía olvidada, sufriendo los mismos arañazos en las capas más superficiales de mi piel, demostrando que la memoria no es tan férrea ni tan débil; era como deshacer el camino con los ojos cerrados, deseando aún así redactar cada fracción de segundo. Así era mirar de nuevo a los ardientes ojos de la Muerte; así era desde el otro lado, desde el lado del cazador.

La espesa sangre lucía irreal sobre mis manos, brillante y traicionera, deslizándose entre mis dedos, cubriendo anteriores capas de oscuro carmesí. Pero ni siquiera aquel cosquilleo podía alejar mis ojos de su perdida mirada, ahogada con la misma sangre que inundaba sus vías respiratorias. Agonizaba tan deprisa como la cuchilla había atravesado su pecho. Casi había olvidado aquella sensación, el tacto de la fuerte empuñadura de aquella vieja espada al sufrir la resistencia de una vida pidiendo clemencia.

Su cuerpo perdió la fuerza con una sacudida, cayendo al suelo.

"Da recuerdos a Eliza", mascullé, dando sombra a su fría figura, disfrutando del movimiento de cada palabra sobre mi lengua, aprovechando cada sonido. Sus torpes balbuceos solamente conseguían arrancar de mi rostro una chispa de ese sadismo que había descubierto en mi infancia.

Casi podía ver mi rostro reflejado en sus ojos, con la misma sonrisa de afilados dientes que muchos me habían mostrado. Entonces ya no dolía la sed de violencia en mi vientre, no me costaba respirar, ni me temblaban las manos; mi corazón ya no se distraía latiendo más deprisa al ver desaparecer una vida, pero seguía siendo increíble.

Un repentino cosquilleo en mi columna vertebral me obligó a erguirme. A mí espalda respiraba una sombra que buscaba aprovechar la incerteza de la muerte para actuar en su nombre. Reconocía los ligeros pasos, del mismo modo que podría reconocer los míos, pues me acechaba un cazador curtido en las mismas guerras que yo había librado. Sus pasos se distribuían a mí alrededor, sin presentar una posición fija, sin regalar un punto de entrada; como dictaba el manual.

Mi sonrisa se ensanchó. Seguía sin recordar nada de lo sucedido el día anterior, mi cuerpo seguía consumido por memorias que me habían sido negadas, pero hacía tiempo que no se colaba en mi camino una oportunidad como esa.

Había dos cadáveres sobre el sofá que se erigía en el centro del salón, con sendos tajos a la altura de la garganta; el cuerpo de uno de esos matones yacía desmadejado contra la chimenea, su rostro entonces un puzzle; y un charco de sangre crecía bajo mis pies, abandonando el cuerpo de mi última víctima. La penúltima.

"Rifkin te manda, ¿no es cierto?", reí. Sabía qué se sentía cuando perdías a una docena de soldados en menos de un día, pero conocía mejor la sensación de ser artífice de tal masacre. En nuestro mundo de sombras, una pequeña luz era tan sólo un motivo para crear más sombras, plagando la ciudad de vidas en constante descenso; pero había algo gratificante en empujarlas al vacío y esperar verlas chocar, algo que siempre revolvía la luz y traía más sombras.

El primer paso siempre era el más difícil, clavándose los pies en el suelo, tomando el impulso necesario para dar el primer golpe con certeza. Se armaba de decisión ese primer paso, de una ciega decisión que lo volvía débil a mis ojos. Nunca me había importado recibir el primero, pues la adrenalina me mantenía bajo control el tiempo necesario para leer sus movimientos. No importaba cuan entrenado estuviese, su iniciativa me diría más cosas de las que deseaba mostrar al monstruo que acabaría con su vida.

El demonio me había enseñado todo lo que él había aprendido de su maestro, pero mi destreza nunca se había conformado con ello. La sed de sangre, el ansiado tornado de violencia en que siempre deseaba verme envuelta, se hacía más fuerte que cualquier sentimiento de honor o respeto. Hacía demasiado tiempo que mis lealtades habían cambiado de dueño, tanto que no recordaba la sensación que empujaba a mi oponente a lanzarse hacia mí.

Muerte, así se llamaba quién movía mis pasos.

Me alcanzó su cuchillo a la altura de mi último tatuaje, partiendo por la mitad las alas del león que guardaba el corazón de plomo con su nombre grabado. El coraje era algo que podía dibujarse, pero no hacer desaparecer con facilidad. La sangre se deslizó por mi cadera y perfiló mis pantalones en un distorsionado camino. Mis labios sonrieron ampliamente cuando mi roja vida se unió al charco a mis pies. Entonces era uno con la muerte que sembraba.

"Esa zorra para la que trabajas", reí, "no te paga lo suficiente".

Su voz gruñó tras la máscara de hockey. Si algo podía reconocerse a cada uno de los matones de Rifkin era su cuidadoso anonimato. Jamás llevaban identificación, y si no te ocupabas de ellos, no podías verles la cara. No hablaban demasiado, pues no tenían a su alcance ni un diminuto porcentaje de información; de modo que tampoco servía de nada interrogarles o torturarles. Eran leales a una causa que desconocían, como cerebros vacíos que habían sido inundados de falsas verdades; manipulados y limitados.

Con su siguiente movimiento pisó la mina terrestre que era mi natural instinto de supervivencia. Esquivando su primer amago lo hice caer a mis pies, donde su rostro se vio presionado contra el suelo a través de la inusitada fuerza de mis deportivas. Sangre de sus compañeros cubría su máscara entonces, sangre sucia e infecta, como la misma sangre que corría por mis venas. Mi talón cayó con todo mi peso sobre sus costillas antes de volver a deformar su rostro enmascarado.

"Tú sabes algo", murmuré, y mi voz fue casi una melodía doblegada por el sádico impulso que quería hacerme destrozar su rostro con un solo movimiento. Sus ojos me miraban, el temor entonces pidiendo paso a una fuerza que él creía poseer. Yo quería jugar con esa debilidad, con ese miedo. "Canta para mí, rata".

El filo de mi espada se hundió en su antebrazo derecho, desarmándole, casi asesinándole con tan simple acción; y el ahogado llanto de sus cuerdas vocales fue música en mis oídos, haciendo temblar ese pequeño espacio salpicado de demencia y sangre. Se revolvía, pero mi rodilla, entonces clavada en su espalda, le impedía levantarse. Intentó deshacerse de la presa que constituía la espada, pero solamente consiguió volver a gemir. El dolor cambiaba de forma tras cada punto de vista.

"Eres una zorra, ¡¡Jaaaah...!!", gritó, antes de terminar su frase, cuando hice girar el filo en el interior de su brazo, abriendo un camino que jamás sería cerrado. No pronunciaría mi nombre con esos labios de perro.

"Ah, ah", negué con malicia. "No tienes el nivel necesario para...".

Entonces fueron mis palabras quienes se vieron cortadas a mitad de camino. Al retorcerse, su ropa se había descolocado, dejando entrever la pálida piel de sus hombros. Tenía esa marca en el omóplato derecho. La pequeña paloma que todos los de Rifkin llevaban; todos los de Thobias Rifkin.

Me puse en pie sin liberar ni su brazo, ni su espalda, reteniendo la rabia en su pequeña caja de cristal. Entonces tenía más ganas de ver su cuerpo atravesar el suelo hasta desintegrarse ante mis ojos. Pero tenía que hacer esa llamada.

En cuanto escuché como descolgaba al otro lado de la línea, no me detuve.

"¿A qué estás jugando, viejo inútil?", rugí. Podría ver mis dientes incluso a través de las ondas.

"A ese viejo juego inútil al que solías llamar Leyes de caza. ¿Lo recuerdas, pequeña Jansen?". Su voz no se parecía a la que había escuchado esa mañana. Seguía siendo astuto, pero no volvería a ir un paso por delante.

"Nadie me llama así".

"¿Nadie?", rió. Hacía tiempo que no escuchaba la macabra risa del diablo que guardaba escondido en algún lugar de su anciano cuerpo. Se había divertido durante años fingiendo ser el buen hombre que nuestro oscuro mundo necesitaba, relegándonos al demonio y a mí a un diminuto rincón, jamás admitiendo que siempre había sido igual que nosotros. Las cosas cambiarían.

"¿Leyes de caza, entonces? Va a ser divertido. Las mismas normas, pues. Las mías. No hay tiempo, no hay límites y no hay Ley... Sin prisioneros".

"¿Quién será tu premio esta vez, pequeña?"

"Tu jodido culo arrugado, viejo".

"De acuerdo", cantó su voz.

"Bien", convine, y dejé mi teléfono sobre la mesa de café más cercana. Sabía que él no cortaría la comunicación hasta que yo lo hiciera. Él sabía como funcionaba el juego, sabía a qué se enfrentaba. Desde que había decidido inclinar su balanza hacia el lado de su hija, había elegido también ese camino: la sangre, la destrucción y la agonía.

"Suerte al otro lado", deseé al cazador, arrancando la máscara de su rostro y descubriendo con asombro su identidad. "Huh. Gregor. Vaya. Una pena. Tu hermanita no se lo merece".

"Jans...", entonces fue mi risa quien cortó su segundo intento de nombrarme.

Arranqué la espada del suelo, arrastrándola intencionadamente por su piel, dejando mis huellas claras en su muerte. La volví a clavar en el suelo, junto a su rostro, viendo aparecer de nuevo ese miedo natural a la muerte que siempre hacía latir más deprisa mi corazón. Alcé el cuerpo débil de Gregor en el aire, con una sonrisa. Él sería mi primer regalo a las Leyes de caza.

"Los perros nunca aprenden
..." dije, empujándole contra la pared más cercana, la de los percheros, "que no se juega donde se come".

Fue entonces mi sonrisa apagada por su fiero grito de dolor, desgarrador y pasional, desde sus deshechas entrañas. El frío plástico de los tres colgadores asomaba de un brillante color rojo a través de su pecho, plagando mediante una lenta cascada su cuerpo de cálida sangre, de su cálida vida, mientras su expresión se negaba a la muerte. Los escalofríos recorrieron mi espina dorsal, exhalando un gemido de sádico placer. Reí antes de alcanzar el teléfono de nuevo.

"¿Escuchas las campanas, viejo? Nos vemos al otro lado", y el pitido metálico marcó el final, y el principio.

Me mordía el labio inferior, y no lo hacía desde los quince años. Las lagunas no representaban un problema en sí mismo, pero cada nuevo dato que obtenía me daba una nueva dirección. Había sucedido algo con Rifkin, con los dos, y no podía descifrarlo. La verdad se escondía detrás de sus palabras, de sus decisiones, de esa nueva guerra que Thobias Rifkin había elegido hacerme librar. Mis manos ansiaban su sangre, y no podía entender la razón.

Si Andi no hubiese estado involucrado, mis pies no se habrían movido tan deprisa de nuevo hacia la calle. Todavía llovía. Llevaba cinco, tal vez seis, días lloviendo, y
no parecía que fuera a cambiar. Saqué la beretta de mi espalda y le quité el seguro antes de cruzar la puerta, dirigiendo mi brazo hacia el único punto ciego. El segundo hombre de Rifkin se escondía entonces tras el cañón de mi arma, sin máscara cubriéndole el rostro, mostrándome un desconcierto que ya no me hacía sentir nada.

"Knall", dije, y una sonrisa se deslizó entre mis labios, diminuta y torcida. Robert no pudo moverse, pues la única orden que llegó a enviar su cerebro fue la de tragar saliva. Así demostraba el mismo miedo que todos tenían el instante anterior a morir. Pero una vez ya no era suficiente; hacerles desaparecer uno a uno ya no era divertido. Robert tendría otra oportunidad, y mis susurros le dieron la señal. "Ahora es cuando corres".

Lo hizo. Dándome la espalda dejó que mi fama le siguiera, guiando sus pasos a la perfecta trampa en la que quería hacerle caer. Podría correr cuanto quisiera, hacia el puerto, hacia el restaurante o hacia el cuartel, pero no llegaría jamás.

Puse en marcha la moto que había dejado aparcada fuera y tomé su misma dirección, de nuevo sonriendo, de nuevo dejándome llenar por una suciedad que el agua de la fuerte lluvia no podría purificar.

El juego había sido inaugurado, pero solamente era el comienzo.


Continuará...



Redactando desde su resentido rincón,
- Shinju J. J. (11/11/2010), yoroshiku onegai shimasu.

6 comentarios:

  1. Me gusta bastante tu blog, por lo tanto te sigo. Una invitación al mio por si te interesa pasarte. http://distanciaysilencio.blogspot.com/

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  2. ke artista me eres paulita ;)

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  3. "Entonces era uno con la muerte que sembraba." Llámame lo que quieras pero me gusta que Jahna sufra, que no sea tan... invencible xD
    me cago en tó!
    "¿Escuchas las campanas, viejo? Nos vemos al otro lado" justo en este momento suena el reloj del vecino dando las 00.00... xD
    En este quizá el nivel baje un pelín con respecto al primero en lo que a intriga se refiere... pero en acción gana bastante ^^
    la culpa que en algún momento se puede ver en el anterior, haciéndonos pensar en una Jahna más humana... aquí desaparece por completo xD
    es un jodido monstruo que se baña en sangre... (literalmente xD, esa palabra la repites mucho tb aunque esta vez te lo perdono... yo tb sufro con ello, apenas hay sinónimos posibles esta vez -.-)
    a ver que leo ahora... tal vez siga por el pasado... mmm... lo tienes difícil para seguirme la pista =P=P

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  4. Hombre, si pensabas que Jahna era buena, o maja, o... humana, no sabes cuanto te equivocabas. jajaja Me imagino tu cara cuando empezó a pensar en espachurrar cabezas y cortar extremidades. xD
    Es un monstruo entrenado por un demonio peor que ella, criada en un mundo más hostil que el Infierno. Por eso me encanta!!! muahahaha
    Conste que me lo curro mucho cuando se trata de "Canción triste para una bala", y no quería que fuera la típica historia de mafia. :)

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  5. jo... con lo bueno que soy yo... pues claro que esperaba un lado bueno y sensible de ella... jajajajaja! se nota, se nota que está currado chicuela =)

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  6. A ver, a ver, que yo no voy a adelantar ningún acontecimiento (a no ser que me supliques, y en ese caso probablemente me inventaría alguna mentira xD), pero nunca se sabe con esta chica.
    ^^ Arigatou!!

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