El sueño

La balada de los ángeles caídos
El sueño



Mi sueño empieza con una flor.

No es una flor preciosa, de largos y brillantes pétalos, colores vivos y un olor fresco y agradable a los sentidos. La flor es una margarita. Cae al suelo provocando un ruido ensordecedor que atrae al silencio desde todos sus rincones. La flor desciende en plena oscuridad y aún así puedo verla. Siempre. Con una claridad abrumadora. Pero la flor no cae sola, pues las gotas de rojo escarlata la rodean y tiñen con su amargo sabor metálico. En mi sueño la flor no habla, sin embargo grito hasta desgarrarme la garganta, hasta que mis pulmones se niegan a seguir alimentando ese odio sonoro, hasta que el grito se convierte en una tos imparable que sigue deshaciéndome la voz en sangre. Y sin embargo el grito continúa, en mi interior, débil, lejano, pero insaciable. Mi cuerpo intenta vencer al grito, pero su fuerza aumenta, incesantemente; crece ante mis ojos mientras los recuerdos de todo lo demás siguen disminuyendo. Mi cuerpo se rinde al grito, se dobla, cae al suelo y olvida como levantarse. Sin embargo no existe el dolor. La insensibilidad de mi cuerpo no puede vencer al grito, pero no puede perder ante él. Quiere negarse. Pero pronto deja de ser un sueño y se transforma en pesadilla, desplegando su verdadera naturaleza.

La flor trajo consigo la oscuridad, la sangre y la ausencia total de dolor. La oscuridad que lo envuelve todo como una infinita manta, que no deja paso a la luz, pero tampoco deja que nada salga. La oscuridad no permite que se filtren mis sentidos, no quiere que nada la atraviese, no quiere dejar salir al miedo. Y cada rincón de oscuridad está manchado de sangre, brillante, resplandeciente en la ausencia de luz; sangre que quiere llegar al otro lado pero es retenida. Y mientras ella se queda en el interior, se escabulle mi fuerza, pierdo la noción del tiempo, desaparece de mi vista la realidad. Todo se contagia por la creciente oscuridad, que se extiende teñida de sangre a todas partes bajo el yugo de esa flor que nunca se marchita.

Siempre, en un segundo, todo se detiene, se revuelve y explota. Pero todo sigue igual que antes cuando vuelven a cerrarse mis ojos. Porque Ella siempre vence, domina, desgasta y destruye. Porque nadie es suficientemente fuerte, ni está lo suficientemente cerca para alcanzar mi mano antes de ser sumida en la oscuridad de mi subconsciente.

De repente la vida es demasiado corta, y de repente no merece la pena hacerla más larga.




(Cayendo en mi débil trampa de tentación, he aquí otro fragmento de La balada de los ángeles caídos, es decir, estoy acabada u_u)


Redactando desde su imperfecto rincón,
- Shinju J. J. (10/12/2010), yoroshiku onegai shimasu.

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