¿Cuenta una noche fuera de la cárcel?


¿Cuenta una noche fuera de la cárcel?





Al cruzar la puerta había alzado mis ojos hacia el cielo, entonces del oscuro color de la noche, al igual que el lejano techo de diminutas estrellas. Las luces de la ciudad apenas iluminaron mi paseo hasta el distrito rojo, perdidas tras el pulso que había sumido a todo el país en la profunda oscuridad de antaño. Miradas ajenas se perdían camino a mi cuerpo, escurridiza curiosidad solapada por el miedo.

Tras tanto tiempo a cubierto, el espacioso mundo me resultó en cierto modo sobrecogedor, pero gratificantemente libre. Sin embargo, las barreras que cada ser humano imponía a su alrededor se hacían visibles a mis ojos; sus coches, sus estrechas cabinas telefónicas, sus habitaciones tras las cerradas ventanas de cristal... Cada ser humano encerrado entre sus finas paredes de desconfianza, avaricia o crimen, siendo una unidad solamente destinada a formar parte de ese todo que había dejado de existir.

La frialdad de las calles se me antojaba familiar, pero incluso el frío asfalto resultaba cálido bajo mis pies descalzos, de un modo que jamás habría imaginado sentir. Todo era diferente entonces, para todos e incluso para mí.

Intenté recordar como había sido aquel último día y borrosas memorias salpicadas de agua salada cruzaron mi mente, desordenadas y carentes del sentimiento vívido que durante meses había violado mis sueños y los había transformado en crudas pesadillas. Los escalofríos habían desaparecido tiempo atrás, junto con el sudor febril que siempre se arrastraba a su espalda. pero sí compartía un recuerdo de ese pasado: la sangre que lo cubría todo.

"Es tu límite", dijo una voz en mi cabeza. No la esquizofrenia que los psiquiátras habían esperado durante condenas, sino parte de aquella vida anterior que vagamente admitía mía. Suplicante la garganta seca, las ásperas palabras. La voz de un ser cercano, pero superficialmente alejado de mi alcance, pues en algún lugar seguía aquel instante inmóvil, incensurable, a menos de un latido de mí. No traté de encontrarlo.

Las llamas absorbían la ciudad, arrasando la artificial vida que atrapaban entre sus lazos de fuego, devolviendo finas cenizas a la cadencia de la brisa nocturna. Todo se mezclaba con los lejanos gritos de la creciente anarquía. Tan sólo dos horas antes mi cuerpo estaba del mismo modo encerrado en el pequeño espacio que mi mente dejaba libre a la vacilación, donde el individualismo primaba y la realidad no encontraba lugar.

Mis pasos me trasladaron al único distrito que parecía no haber cambiado tras el paso del tiempo y el azote el pulso. Cualquier cosa se podía comprar a pie de calle, cualquier cosa podía suceder frente a tus pies con la misma indiferencia con la que el viento rozaba tu piel, cualquier persona podía desaparecer y jamás se volvería a escuchar su nombre, a recordar su existencia, a tener en cuenta.

El azar tomó la forma de un niño para tropezarse conmigo en algún momento de mi trayecto por la calle principal, así haciendo caer al suelo mi única posesión durante años, lo único que había tenido que recuperar al salir. Cuando la recogí, el frío tacto del agua que lo había envuelto me trajo nuevos y difusos recuerdos. Ya nada de aquel dolor llegaba a mi pecho, pues el tiempo tal vez no lo había borrado por completo, pero sí lo había cubierto.

"Desaparece", decía, y también lo repetía. Bajo el desgarrador frío del subterráneo sótano de sus más íntimos pensamientos, expuestos al enemigo tan sólo tras una palabra, sentenciando su vida y las vidas de muchos por salvar una sola. Las graves carcajadas eran crueles, a mi espalda, a un solo movimiento de realmente desaparecer para siempre. Pero no fue así, porque nunca lo era.

El distrito rojo escondía más de lo que en su superficie podía encontrarse. Guerra fría había sido llamada en un pasado más lejano que el mío propio. Guerra fría tiempo atrás y guerra helada entonces, como la contradictoria gélida sensación de una muerte ante tus mismos ojos. Nada que debiera resultar indiferente para el mundo, pero que no dejaba de ser invisible para todos. Tantas muertes y tan sólo un camino por escoger.

No recordé en ese momento haber elegido uno, haber tomado una decisión, pero sí haber atravesado puertas, cruzado habitaciones y saltado muros con la misma frialdad de los ojos que habían sido mi despedida. Y mi regreso.

Nueve puertas hacia el fondo del callejón más profundo del distrito, nueve como los anillos del atroz Infierno de Dante, nueve como los años que había estado esperando. Ciertas certezas no mutaban con el paso del tiempo, de la mano de la arrogancia y suficiencia de quienes asumían una superioridad para nada escrita en su piel. Mi instinto podía llevarme hasta él, hasta el cuello al que pertenecía el fino colgante de oro que había sido mi único objeto personal.

El silencio del camino que tomé me resultó extraño.

La misma última puerta que había cruzado en dirección contraria se abrió ante mí, como un fuerte corazón se abre sin dejar de latir. Todo lo que buscaba se encontraba allí.

"No puede ser...", balbuceó, sin tiempo. La rapidez de mis reflejos me sorprendió incluso a mí misma cuando sentí el metálico tacto de aquella Beretta semiautomática. Nada tan hermoso y oscuro había rozado mi piel durante mucho tiempo. Demasiado.

"A piu tardi", el sadismo propio de la venganza reflejado en el tono danzante de mi voz, atravesando la torcida sonrisa que sarcásticamente se deshacía de la montaña de sentencias que había arrastrado hasta allí. Un disparo atravesando el italiano cañón y en segundos aquel agujero se llenaría de pistoleros sin guía ni control. El distrito lo sabía, del mismo modo que yo lo hacía. Una muerte que no sería instantáneamente olvidada, al fin.

La reliquia terminó su particular viaje junto al inerte cuerpo, bañada en la misma sangre que hasta aquel instante había sido una vida, del mismo crudo color de cada una de las pesadillas, de cada página de la vieja historia. El mismo brillante y cálido color de aquella nueva página.

El resplandor de una ciudad ardiente resultaba irónicamente bello, pues la destrucción parecía pasar inadvertida ante cualquier anaranjado ojo que la admirase. Tal vez los míos se negasen a ver más allá de los altos edificios rodeados de fuego, donde fragmentos de vidas ajenas caían al vacío, desapareciendo entre otros restos humanos, producto de la misma naturaleza egoísta que había arrastrado su existencia a aquella futura desolación.

Sin nadie a quien culpar, corretearían durante días en busca de ese chivo expiatorio que sería sacrificado públicamente para festín de esa sed de sangre que los incitaría a buscar más. Del mismo modo que retazos de esas viejas memorias escritas a lápiz me recordaban entonces mi propia sangrienta historia, podía ver pinceladas de sus futuras mismas matanzas. Y me escudaba en la naturaleza.

"Se tu bala", había dicho, tanto tiempo atrás que parecía pertenecer a una vida anterior. Su deseo era el mío entonces, del mismo modo que su esencia y su efímera existencia. Sobre el rojo manto que permanecía inquebrantable en cada escena de aquella vida, sobre lo que quedaba de aquella misma vida, había rezado oraciones sin sentido que querían que me rindiese. No a un dios, sino a sí mismo. "Se mi bala", había predicho, el mismo doloroso sinsentido había crecido en mí, pues una bala siempre había necesitado un arma.

Aquella sociedad en plena convulsión ayudaba a mi mente a dar vueltas alrededor de señales que no debían aparecer en ciertos caminos, pues los acantilados en que convergían siempre eran escarpados.

Comenzaba a echar de menos la amabilidad de un segundo de superficial felicidad, sin embargo, no conseguí rememorarlo con el necesitado fragmento de realidad hasta que el sonido de un motor llegó a mis helados oídos, los instantes siguientes bañados en un silencio imperante.

"Entre la densa sangre, aunque estés lejos y parezca tan imposible como incierto, siempre podré encontrarte", poesía hecha promesas débiles tras la jadeante voz de una vida que siempre se alejaba, entonces tan cerca como aquella primera vez. La voz era entonces fuerte, rasgada y atrapada en la melancolía de años sin ser verdaderamente escuchada, pero real. Era una bala.

Cada paso hacia adelante representaba una prueba de esa fe que quería haber abandonado a un lado del camino, por ese motivo mis pies no se movían. La certeza de esa presencia, hasta entonces un frío recuerdo, removía con destreza cada filamento de mis entrañas, buscando algo que no sabía si debía volver a salir. Pero aquéllo que más fuertemente se retenía, más fácilmente se descubría.

Sin pedir permiso, mis labios se movieron dejando paso a las únicas palabras que ninguno esperaba escuchar.

"Es mi límite".



"I'm not going there to die,
I'm going to find out if I'm really alive"
. *










(* Pertenece a los creadores de Cowboy Bebop)

Redactando y reclutando desde su oscuro rincón,
- Shinju J. J. (13/09/2010), yoroshiku onegai shimasu.

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